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El Viaje

Acantilado de aves migratorias buscando
impresos de residencia perenne que les
aporte seguridad, seguridad suena tan
bonito, a oscuras es el estallido de un
volcán que erupciona sus entrañas en
periciosos de lo inflexible, doma tus leones
de trópico enjaulado, acaricia las estatuas
erguidas en el pedestal de la consistencia,
cuando aún no tienes ni un plato de lentejas
para comer, caprichoso este crucigrama
mal resuelto con artes de adivinación, mas,
mas la lechosa tierra asciende entre
calamidades el madrugar de la flor de
las alturas.
 
Que hago yo lanzando la herradura cuando
ni tan siquiera el cinturón me aprieta
los pantalones en la flaqueza que desvía
la mirada a tercos pedreros que de vez
en vez consigo ablandar, aunque vuelven
a repescar la dureza caracterizada del
péndulo donde cuelgo, al menos los
accesorios que acerco conmigo, nefastos,
traidores ahora es una necesidad respirar
la astuta guarnición que ensalza los huecos,
tornear en demasía un asunto puede
enmudecerte, silencio ferviente, guardar
silencio a tiempo que escapen de los
labios tantas voces.
 
El poeta se recrea en una mudez particular,
la enciende, la encrespa, la sosiega, el
campamento se reúne junto al fuego y la
danza venal tiembla las áureas antorchas,
tus cabellos negros merecen un poema
desafinado, tribu de búfalos desenvuelta
de la noche auxiliar que remienda las
costillas del cabrerizo, reanudan la caza
y el control, quizá en un monte sin
vegetación pueda arar el surco del
francotirador, de los poemas que salen de los
cajones rasgados de dioptrías. Puedo
plantar una semilla, puedo hervir una patata
pero lo que no logro conseguir, creo,
es que el forastero no se sienta extraño
al descubrir o intuir el calabozo que
constituye todo viaje.
Preferido o celebrado por...
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