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Fronteras

Como a través de un translúcido cristal
se deja entrever a medias la hermosura
de tus brazos cargados de venas, anchas,
tan azules que el mar cristaliza en ellas
el oleaje de las calas abiertas a los entresijos
de las crestas y la espuma.
Quisiera ser una espina clavada en tí,
rebosante de agua chocada contra las rocas,
que ansiosas aguardan el golpeo incesante
del estruendo que produces
con el constante goteo de sanación.
Reanimas milagros de calor bajo un sol
que se descubre tontorrón igual que un gatito
ante el despliegue de la artillería floral
que utilizas en cada paisaje de cielo.
Puedes si quieres conquistar un Universo
de esmaltes de guirnaldas y polen,
con la inusual belleza de tu rostro caribeño,
etíope, parisino, mundo de mundos
y frontera de fronteras, que asaltas
con un gesto salvífico en tu regular cosmología.
Sabiduría que no se agota en la yerba
de los apetitos que formulan magisterio,
y suavidad y verdor de intenso campo
despierto a la mañana consumada,
de árboles primaverales, que retuercen
sus ramas al ritmo del viento desconcertado,
por las caricias de tus uñas,
similares a tornados de nubes que construyen
blancos panales de abejas salinas,
de abejas de océano clavando el aguijón
en la oportunidad de los ciclones que encrespas,
y diluyes en un vaso, solo para acariciar
el vástago de la memoria, tan cohibido ante tí,
que acepta la derrota.
Plena, en totalidad sabes de cuchillos
más afilados, sabes de dientes más cortantes,
los estimas en nada, apenas pueden
dirigir una afirmación que no interrogue.
La vela te arde en el brazo, simiente
de la plantación donde refuerzas la raíz,
de las montañas que vigilan el esfuerzo
desmedido, de la traslación de un aquí
a otro aquí, nuevo mediodía que amanece
bajo la palmera de una isla
caribeña, etíope, parisina.
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