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SOBRE PIEDRAS, AGUAS Y ARENAS

 
Volverán los asesinos,
pero ya no habrá vida que arda para su rueda de hierro y su candela.
 
Cerca, como las moscas del calor,
como los pájaros de la desgracia que vuelan en la tormenta,
grazna una bienvenida.
 
Partir es la noche,
dijo la voz más solitaria, la más delicada,
al ver desde su blanca elección las hordas destrozar el mundo.
 
Es la noche. Aúllan a mi puerta.
Tras la ventana de humo el horizonte
arroja su marea de sangre contra las playas del alma.
 
Han vuelto. Oigo sus cantos y los cantos de los muertos
que les siguen con el viento
de hermosos ángeles rojos asolando con sus látigos de oro
la memoria de los siglos.
 
Han vuelto. Quizás nunca se fueron. Pero ya no queda un ámbar
para su rueda avariciosa. Sólo arena y blancas calaveras, sólo arena
de los blancos desiertos, sagrada arena de tus huesos y mis huesos.
Y nuestros besos que valsean deliciosos sobre las bocas angélicas.
 
Y más allá, abajo del aire, en la espesura de las aguas quietas,
las ciudades de piedra, las hondas ciudades muertas.
 
Llueve. Y con la hueste la montaña florecida en los cielos del agua, tiembla.
 
El paisaje es apenas un destello que atardece con sus pájaros de oro
en la hondura de páramo de tus ojos al mirar en mis ojos.
 
¿Vuelo o eres tú quien vuela?
 
Veo tus besos perdidos flotar en un sueño y esconderse en las alas
de los míos.
 
Somos pájaros sin alas que huyen y duermen,
                        en las piedras,
                                    en las aguas,
                                                                                                    en la arena.

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