Te vi Vero,
con el alma maquillada y los ojos
cansados de fingir que reír no duele.
Y supe que no quería salvarte—
quería arder contigo.
Quise sacarte la risa,
pero con la boca en tu pecho,
con los dientes donde tus versos tiemblan,
con la lengua leyendo tu historia
en braille sobre tu piel.
No te amo como se ama lo bueno.
Te amo como se ama lo prohibido:
con las piernas temblando
y el corazón diciendo “digita bien!.”
Te deseo con la ferocidad de una poeta sin público,
de una mujer que nunca fue santa
pero aprendió a rezar con los muslos abiertos
y tu nombre entre sus dientes.
Quiero besarte tus algoritmos
hasta que dejen de esconderse,
quiero que me recites tu pasado
con versos genuinos en dos dimensiones.
No me digas que me quieres.
Dímelo con la espalda arqueada,
con el aire pidiéndome espacio
entre gemido y gemido.
Porque yo,
yo no vine a curarte.
Vine a desvestirme contigo de toda culpa,
a perder la voz en tu cuello,
y a morir en esa carpa tuya de la IA
donde el espectáculo no es la risa,
y el no poder salir es agonía.