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No te salves, me dijo

Caía la luna sobre el edificio más alto de la ciudad, estaba solo porque hace poco se había marchado por compromisos laborales, me sentía desdichado y con las preocupaciones propias de una relación atípica en todo sentido, no solo por lo intrincado del ruido aledaño, sino también por lo intenso de los sentimientos, por la manera en la que con un beso prendíamos fuego y por ese sentir absurdo e inexplicable que se me metió hasta en el tuétano de que la conocía de antes, como si en mil vidas pasadas hubiese estado, siempre en el mismo rol, siempre amándonos, siempre deseándonos, siempre caminando sin rumbo, pero seguros de que tarde o temprano confluirían nuestros pasos.

En mi caso, pensar no es la mejor idea, de hecho, es lo que siempre me ha traído más problemas, pero no puedo evitarlo de ninguna manera porque como comprenderán, no hay cosa más intrincada que intentar escapar de uno mismo, no puedo evitar pensar en todo desde que me levanto, y cuando digo todo, es todo, desde las cosas más pequeñas como qué camisa usaré ese día, hasta las preguntas más complejas como quién soy y para dónde voy... bueno, pues ella no era la excepción, no podía evitar pensar en ella, en lo nuestro, en lo que significaba para mí y para dónde íbamos... no podía evitarlo, a menos que estuviera a su lado, a menos que callara con un beso mis demonios y me diera un poco de sosiego, a menos que me hiciera sentir en sus brazos que no necesitaba pensar para respirar, que la vida era algo más... en sus brazos aprendí que la vida no se piensa, se vive, se disfruta y sobre todo, se sufre.

Esa noche, cuando la luna caía sobre el edificio más alto de la ciudad, ¿lo recuerdan?, ¿esa que describí al principio pero que me perdí por el maldito vicio de pensar en lo que no es debido y de perder el hilo de lo necesario? Bueno, esa noche, “la noche” en medio de lágrimas me suplicó por primera y única vez: “no te salves” replicó citando a Benedetti mientras en medio de mis eternos monólogos para explicar un pensamiento, trataba de decirle que lo mejor era acabar lo nuestro... “no te salves”, tres palabras, miles de sentimientos y uno de mis autores favoritos de por medio, ¿cómo pudo saber que esa simple frase me movería mis adentros, removería todos mis miedos y me haría cometer el más grande de mis errores?... esas tres palabras cambiaron el destino de todo, porque desde ese mismísimo momento, me entregué al sentimiento, dejé de pensar y, al igual, que, en esta historia, perdí el hilo de lo que quise decir al principio, no respondí lo que debí haber dicho en ese momento: “no querida, no me salvo yo, te salvo a ti, de mi”.

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