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LAS ALMAS DE TALA

En el oscuro callejón no llegaba ni la luminosidad de la luna,
un ser pequeño estaba encima de una persona, comía con fruición, sonreía a la noche satisfecha.
Susurros en el viento le llegaron: vuelve a casa, ¡Vuelve ya!
La criatura echa a andar, cuando salió a la luz de una farola
asomaron unos cabellos dorados, una niña de unos cinco años,
con unos ojos azules como el mar en calma, saltaba contenta.
Un precioso vestido negro con una cinta alrededor de la cintura,
la hacían parecer una mujer pequeña.
Llegó a una casa con la puerta oscura, las paredes algo desconchadas, descuidadas macetas y árboles torcidos.
Una mujer le abrió la puerta, mayor con el pelo negro andrino,
los ojos azabache sin luz, parecieran mirar las profundidades
más tenebrosas, pero la niña no sintió miedo, la siguió, entraron
a una habitación con las ventanas tapadas por grandes cortinas de terciopelo negro, se sentaron en una enorme mesa, se oyeron
pasos silenciosos, alguien colocó una bandeja con trozos de carne.
—Te dije Tala que no comieras fuera, hoy teníamos un menú especial.
—Mamá, no me regañes, tengo que salir o me moriré aquí dentro.
La madre miró a la niña, le sirvió el plato y la niña lo miró complacida, esta cocinera limpia bien la piel, no deja ni un pelo,
no es descuidada como la otra le decía a la madre mientras mordía aquel trozo de brazo.
Tala tienes que ir a dormir, a esas horas no es bueno que estés aquí, puede venir la bruja y ella sí que nos castigaría.
La niña subió lentamente las escaleras para ir hacía su dormitorio, miraba fascinada la barandilla de madera oscura,
en ella caras de terror, de agonía y miedo se movían atrapadas,
ella les metía el dedo y pequeñas gotas de sangre corrían por la madera. La madre le gritó: -¡Tala, deja a las almas del infierno!
Pero mama solo jugaba con ellas y la sonrisa de Tala ponía los pelos de punta.
Las gotas de sangre cayeron al suelo, caras llenas de sufrimiento y terror se dibujaban en el carmesí, Manite limpió la sangre, pensó en que haría con Tala, ella no tenía la culpa de ser así, pero nadie la aceptaría, ella era su madre y todo lo que fuese lo haría por su hija, pero le quedaba poco tiempo, tendría que arreglarlo todo para protegerla.
Sentada en el gran salón esperó.
Oyó los pasos fuertes enérgicos, su cuerpo se tensó, no entregaría a su hija, eso es lo único claro que tenía.
—Hola, Manite, ¿Cómo estás? Te veo tensa, relájate, solo es una visita cortés. Los ojos negros insondables miraron a la bruja, sabía que no era así.
—Siéntate entonces Meray, dime: ¿Qué puedo hacer por ti?
—Hoy ha vuelto a salir de caza Tala, sabes que no puede comer humanos, pero no escuchas, quería advertirte que si lo hace de nuevo no nos quedará más remedio que quitártela y sabes las consecuencias que eso tendrá. No volverás a verla jamás y será una de las nuestras, la madre tierra así lo quiere.
—Es mi hija Meray, no dejaré que os la llevéis.
Unos golpes fuertes sacudieron la ventana, un sobresalto las sacudió a las dos, solo era lluvia, una lluvia intensa que golpeaba la casa.
Y ella aprovechó el descuido y se abalanzó encima de la bruja, la mordió con fuerza
la sangre salió a borbotones, Meray miró con temor, se había descuidado y ahora estaba en un gran peligro.
Manite fijo sus pupilas esas tan negras que daban pánico y
absorbió la mirada de la bruja, un halo blanco fue saliendo de la boca de la bruja, ella abrió la boca y fue tragando el alma, un último suspiro desesperado salió del pecho de Meray, ahora solo era una muñeca vacía, rota.
La madre llamó a su hija a gritos, la niña bajo asustada, allí en el suelo estaba el cuerpo de la que tanto temía.
—Madre ¿qué ha pasado?
—¡Calla! ¡Abre la boca! La niña le hizo caso y la madre volcó en ella el alma de la bruja, los ojos le cambiaron, sus facciones se suavizaron, ahora no tendría jamás el deseo de comer carne y coleccionar almas en la barandilla.
Ven, ahora estaremos siempre juntas hija mía. Chispas de dolor salieron de los ojos de Tala, la niña sonrió, sintió el dolor de la bruja, ya no necesitaría comer, ahora la tenía a ella dentro.
En ese momento las rosas del cementerio se pudrieron y jamás volvieron a nacer. Ya no había vida solo la muerte paseaba por el lugar.

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