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Sobre el extraño caso de desaparición de Manuel Rodríguez.

Cada lugar, aldea o comarca es casi un universo donde las gentes se conocen o desconocen, se abrazan riendo o se golpean, se festejan o hasta se amontonan como mesetas al irse a dormir.  En algunos casos, las personas divagan y parecen perdidas en espejos dentro de otros espejos, o hasta en momentos muy inoportunos se dejan levitar como nubes etéreas, de esas que contienen adentro mucho arco iris para  derramar.

Cuando alguien como el Sr. Rodríguez (así le dicen en Barrio Sucre)  desaparece sin avisar, se podría pensar que algo muy extraño puede haber sucedido al respecto. Por ejemplo podrían pensar los aldeanos que un rayo le ha invitado a Manuel a pasear sobre su lomo, como cuando se monta a un caballo.  Otros pueden sugerir que se ha ido al pueblo de Encontrados a encontrarse a sí mismo de nuevo, o que por el contrario anda de “trochero” vendiendo cigarros, gasolina y colonias “de a mil” en las callejuelas entre Colombia y Venezuela. O que quizás arregla relojes a las damas al pasar, a cambio de avío, hogar y aventuras fantásticas.  Algunos aseguran haberlo visto a las 4 AM, en forma de espíritu juguetón sorbiendo un trago donde Isabelita o quizás, danzando la Capoeira en el Matogrosso del Brasil; de repente pescando un volcán en una montaña Celta al escapar de las brujas o acostado en las piedras de los manantiales donde se elabora el mejor wiskie escocés.  Aunque pensándolo bien, podrían haberle visto más lejos, adonde hibernan los oseznos y juegan naipes los duendes.
Una mujer dijo haber escuchado a unos viajeros que a su vez, comentaron que  Manuel se había quedado dormido en un raro autobús que iba al lugar del ningún lugar, que es exactamente adonde solo los monjes se extravían con los ojos a medio cerrar.
Las habladurías más absurdas refieren que el Sr. Rodríguez andaba con unos tipos muy ancianos que vestían de extraterrestres con máscaras demasiado estrafalarias, cruzando la frontera entre el más acá del más allá.

Al no aparecer el susodicho, los sujetos y las comadronas suelen convertir en leyenda la vida del “señor escapatoria” o Don “Rodríguez Houdinni”.  Es de imaginar que posiblemente le dio por convertirse en un gran actor como su hijo Eduardo, y que en un pueblo del Mediterráneo, actuaba de lo lindo junto al mar, comiendo trufas en los recesos y saltando de tren en tren en sus recuerdos para convertirse en todas las personas inesperadas, y así poder viajar gratis en sus sueños.
 Al preguntarle a un policía sobre el Sr. Rodríguez, éste dijo que Manuel se había ido a vivir donde uno vive sin dinero y sin avío alguno, y donde se consumen verbos blancos y de luz como capullos de bombilla.

En definitiva, una anciana –la más seria del lugar adonde Manuel acostumbrada a charlar por horas y horas–, juraba que un niño muy parecido a Manuel y vestido con ropa usada y zapatillas, vendía empanadas de su Mamá en una plaza mientras sostenía una moneda que se asemejaba a una morocota.   Este niño dijo a la estatua de la plaza que era el Sr. Manuel en su segunda venida al mundo.  Cuentan los abuelos que miraban a este niño al tratar de irse, que un viejo auto Dodge Dar del 77, color marrón,  vino a buscarle y que lo conducía una hermosa niña con una hermosa bata de Doctora y que reía luminosamente. Pero como no se le puede creer a nadie, ni siquiera a las hadas o a los fantasmas más parlanchines y arrebatados; uno nunca podrá saber quién de todos los Manuel sea Manuel, y sobretodo adónde se encuentre ahora mismo.

Ender Rodríguez.

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