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Balada

En nuestra América, donde los muros  
sirven para inscribir
un rechinar de dientes,
el gruñir de las rodillas en el polvo,  
una injuria expansiva de nunca acabar,  
los mueras y los vivas que son gritos,  
callados por la piedra, pero gritos.  
Donde, a la vuelta de la calle
nos hallamos paredes
en que el asco pintó sus acuarelas
o el coraje, logrado al exprimir los puños,  
proyectó sus murales.
En nuestra América,
donde a la mitad de un encalado  
aúllan a la luna los estómagos vacíos.  
Cortan cartucho las ojeras
o se lleva al paredón por lo menos el nombre del tirano,  
hallamos a veces un imprevisto: «Te amo, Teresa»
o «Guadalupe, nunca te olvidaré».
Y ante este espectáculo hay que interrogarse:  
¿por qué algunos necesitan
exponer a los ojos de toda la ciudad  
los tatuajes de su alma?
¿Por qué algunos,
en medio de los fogonazos de las pasiones civiles,
entonan, en primera persona de ternura, una balada,  
un hilillo musical que nace en la boca del yo
para escudriñar en el tú
el bendito agujero de la oreja?
Y la respuesta no tarda en presentarse:  
si hojeamos las paredes de la ciudad  
vemos que no sólo hay muros violentos,  
argamasa y pintura salpicada de entrañas  
o sílabas leprosas de impotencia,
sino paredes líricas
que quieren aletear con sus letreros.
No sólo hay odios, demandas de justicia, barricadas,
sino citas, ensueños, 63
y hasta algunos suspiros
que intentan, con su granito de aire,  
ayudarle por lo menos al viento
a limpiar el smog allá en las nubes.

(2008)

#EscritoresMexicanos El De me pertenece poco un viento

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