Entre el puesto de dulces
y el de verduras
se coloca el vendedor
de palabras.
Después de ordenar la mesa de sus productos
tender el toldo contra el sol
y acercarse la silla
se pone a pregonar:
¡Pase a comprar su palabra preferida!
¡Palabras narcotizantes para combatir
el dolor de muelas!
¡Palabras para la nostalgia crónica!
¡Palabras para escudarse de la agresión
de otras palabras!
Si un cliente se interesa por la mercancía
el vendedor aprehende con unas pinzas
la palabra seleccionada
la desempolva
la envuelve
y la entrega al comprador
acompañada de unas instrucciones
para su uso.
Hay vocablos en efecto
que deben ser dichos poco a poco
como deletreando la fuga
de la emoción saboreada.
Otros deben salir de golpe a la intemperie
con su breve bufanda de saliva al cuello.
Cuando termina el día
el mercader levanta su negocio.
Se echa su morral de vocablos a la espalda
y parte en busca de otros pueblos.
Por las noticias que nos han llegado
se puede asegurar 49
que este vendedor
en unos pocos meses ha ido destruyendo
punto por punto
población tras población
grandes comarcas de silencio.