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Fetichismo materialista

Nuestra ambición ensucia de sangre al planeta,
pero el mundo no parpadea ante la perenne injusticia.
 
La inequidad rampante se ha naturalizado;
hay una habituación apática para con la desigualdad.
 
Marx y Engels versus Smith y Ricardo,
tesis opuestas que devastaron la humanidad.
 
Individualismo versus colectivismo no es opción,
una ideología media sería más competente.
 
Autoindulgencia materialista insaciable:
el paseo de compras reemplaza al paseo cultural.
 
“Poderoso caballero es don Dinero”, decía Quevedo.
Aquella argumentación artística notable
se ha confirmado puntual y transversal al tiempo.
 
Sociedad de acumulación, caudales atesorados;
voluminosos epicúreos de un banquete metálico.
 
Cultura del hedonismo; los dictados de la moda
y el entretenimiento son las nuevas dictaduras.
 
Los míticos El Dorado y el Río de la Plata,
en la codiciosa aventura por la plata y el oro,
modelaron la avidez atávica de nuestra sociedad.
 
La riqueza como sinonimia de eterna felicidad,
entronizó la triunfante economía salvaje.
 
Los ciclos económicos estallan más frecuentes:
acarreando desesperación, bancarrota y hambre.
 
“Raíz de todos los males es el amor al dinero”,
afirmó vigorosamente el apóstol Pablo.
 
La sociedad capitalista se redefine por hordas
de consumidores destrozando estantes repletos.
 
La especulación financiera es una ruleta sádica.
El crac financiero de 1929 nunca hizo escuela,
es como un síndrome de repetición anunciada.
 
El dinero es la esencialidad que define el mérito
de las personas en esta sociedad utilitaria.
 
El filoso progreso se articuló por explotación;
instauró aquel bestial trabajo esclavo infrahumano.
 
En tanto, millones de indigentes caminan cual zombis
espectrales por calles de fastuosidad y derroche.
 
Jesús habló del buen y el mal uso del dinero
más veces que sobre cualquier otro tópico.
Es que la codicia es consustancial al ser humano.

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