Desde niño me contaron
que en la calle fui encontrado:
esquina Ramallo y Grecia
en un jardín olvidado.
Una misteriosa anciana
me llevó a la policía;
por las calles de este barrio,
nunca más se la vería.
En mi familia adoptiva
me costó siempre encajar;
rechazaba sus creencias
y su hipócrita moral.
Durante toda mi vida
se repitió un mismo sueño:
tres gavilanes rojos,
devorando a dos polluelos.
Una vida paralela
se cruzó como un abismo
y en aquel espejo roto
se desdobló mi destino.
Una gota de mi sangre
se fue en busca de certeza
y entre miles de fantasmas
encontró al fin su pareja:
Primer hijo fui de Elena,
el segundo aún está ausente;
en el vientre lo llevó,
a su cita con la muerte.
De mi padre Juan Manuel
nunca más se supo nada,
cuatro hombres lo subieron
a una Chevy metalizada.
En una casa porteña
un antiguo fono grita:
el número de su hermana
por si había una noticia.
Don Roberto se sorprende,
cuarenta años que no suena;
con un martillo en el pecho
tiritando lo contesta.
Buenas tardes, Don Roberto:
me presento, soy Javier;
aquel sobrino perdido
a quien tanto buscó usted.
Y las lágrimas reunidas
se convirtieron en ríos
que llegaron hasta el mar,
donde duermen los caídos.
Yo soy el nieto ciento treinta
y mi historia les conté;
en la vida que me queda
la verdad perseguiré.