Te he amado en la oscuridad que dejaste,
incluso después de que me abandonaste
con el amor en mis manos vacías y rotas,
como un cadáver de pasión que aún late.
Te amo después de que mis ilusiones se deshicieron en polvo,
cuando tus palabras retumbaron en mis tímpanos como un eco doloroso,
como espejos rotos que reflejan nuestra verdad distorsionada.
Te seguiré amando aunque cien años de soledad me consuman en vida,
o incluso después de ella, en un eterno duelo,
aunque mi alma se queme en el fuego de tu indiferencia glacial
y en las cenizas quedé grabado nuestro ayer, ya olvidado.
Mi amor por ti es sincero, pero también es un mendrugo,
un pedazo de pan seco que le ofrezco
a tu hambruna incesante.
Porque en tus brazos no encontré indiferencia
aunque fuera una trampa cruel,
caricias que cortaban como dagas afiladas,
y no acariciaban como yemas suaves que calman.
No te odio a ti, monstruo de mi corazón,
me odio a mí por no ver el veneno que eres,
tan letal y silencioso como una serpiente.
Te amo a ti, y ya no a mí,
porque me diste un calor momentáneo,
una calidez que no era pasión, sino tu fuego
que consumía mi alma para matarla sin piedad.
Por que me diste un fuego que aunque duro segundos, me descongeló el corazón
y ahora, el muere sin ti.
En tus ojos vi un infierno que me atrapó,
con su rojo cesante y tu amor devorante,
en tus labios, un veneno que me hizo alucinar
la luz del porvenir a tu lado.
Pero cuando la droga cesó, fui testigo de que
el futuro que construimos fue entre cimientos débiles y quebradizos, como nuestros corazones rotos.
Y aún así, te seguiré amando,
como una mariposa a la llama aunque está la queme,
aunque arda mi alma e incendie el mundo entero,
aunque me consumas, te amo.
Con el mismo fuego que me destruyes,
con la misma pasión que me mata,
te amo más allá de la razón,
más allá de la vida misma.