F. Jassiel Urueta Coria

Carta a la grandeza

A mi abuela Rosalinda.

Ella luchó a mano limpia contra la muerte durante veintitantos años y sobre todo contra la vida unos cuantos (tantos) más. Me enseñó tantas cosas que hoy en día soy y que no podría llegar a transmitir en solo palabras, porque no me bastan.  Con ella aprendí de la magia que en la vida existe... No es una cosa fácilmente descriptible y no es apta para todos, es un privilegio y pura cuestión de fe. Cuando hablaba de ello, sus ojos emitían una luz única. Era la vida misma. Me enseñó las cosas que a veces ni una madre puede enseñar a sus hijos: a vivir. No cabe la menor duda de cuán imperfecta era, pero vivió más de lo que cualquiera hubiese soportado y forjó un legado de esos que trascienden.
Su cuerpo ahora inmóvil, no representa nada, no más que un cambio a otro plano, una nueva etapa en el ciclo de la vida, donde existe sin existir, vive sin vivir, donde se ha convertido en una idea, un pensamiento, muchos comportamientos, gustos, valores, sueños, recuerdos y todo lo que ella fue, repartido entre una multitud de personas.  Eso es una herencia digna, en vida y en la muerte.

Escrito reciclado de un blog antiguo. Original escrito el 25 de Mayo de 2017.

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