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CRONOPIÁCEOS

CHISMIREY?!

El cuento de las 3 jaulas
Un hombre se despierta en una jaula de acero en la que lo han encerrado para que muera de hambre. Él sabe que es culpable del crimen por el que lo han encerrado, pero no puede recordar cuál ha sido ese crimen. Al otro lado del camino, frente a su jaula, hay otras dos jaulas. Hay un letrero en la primera que dice “violador”, y otro letrero en la segunda jaula que dice “asesino”. Hay un esqueleto lleno de polvo dentro de la jaula del violador y un anciano moribundo en la jaula del asesino. Nuestro hombre no puede leer el letrero que está fuera de su propia jaula, entonces le pide al anciano que lo lea por él, para averiguar qué es lo que ha hecho. El anciano ve el letrero, mira a nuestro hombre, y con asco, le escupe a la cara. Unas monjas se acercan de pronto. Rezan al lado del cuerpo del violador muerto, le dan comida y agua al viejo asesino, y leen el crimen del hombre que yace en la otra jaula. Se ponen pálidas y se van bañadas en lágrimas. Un caminante pasa por ahí. El hombre ve al violador sin mucho interés. Ve al anciano asesino, rompe el candado de su jaula y lo libera. Se acerca a la jaula de nuestro protagonista: El caminante sonríe ligeramente. Nuestro hombre sonríe también. El caminante saca una pistola y le dispara en el corazón. Y estando a punto de morir, nuestro hombre grita, sólo dígame lo que he hecho. El caminante se va sin decirle lo que hizo. Las últimas palabras de nuestro hombre son “¿iré al infierno?”. Y el último sonido que oye es el del caminante riendo suavemente.
Martin McDonagh

chis mi rey?!  me preguntó.
ella, desnuda y con ojeras, bañada por la tenue luz de la mañana que se filtraba por las cortinas amarillas y paradita al lado izquierdo de la cama de hotel, me preguntaba si me apetecía dormir.

chis mi rey?!

y mis oídos reventaron, mi cabeza voló. ni mi madre me había preguntado semejante cosa de semejante manera cuando era un petiso y ella, quien acababa de conocer en la intimidad de su cuerpo y su alma, me lo preguntaba con la naturalidad de haber vivido toda una vida conmigo.
de pronto me di cuenta que uno de los cuatro lunares de su oreja, justamente el de arriba, el que parece intentar escapar del hoyuelo blando y delicioso de su lóbulo izquierdo; había desaparecido. no me alarmé, podía ser algún extraño efecto del exceso de sueño o de alcohol.

¿cómo llegué aquí?
no puedo recordarlo. sé que en algún momento cantaba algo de Alejandro Filio, algo sobre unos ojos. luego recuerdo los vasos de ron y la botella de agua sobre el amplificador, el beso volado de una desconocida, la cólera contenida y la no contenida de Ella que me miraba desde el lado izquierdo de la cama desnuda, sus infundados celos; el agua fría contra mi cara, el sabor de su sexo en mi lengua, el olor de su cabello en mis manos. parecía como si de tanto tocarla iba yo a borrarla. para ese entonces su cuerpo ya no tenía comas ni puntos suspensivos.

tal vez era del tipo de mujer que se consume con la noche; hasta las cenizas.

su espalda era el cielo más despejado del universo, surcado sólo por una estrella fugaz a la que hay que pedirle un deseo ¿o sería un brusco arañón, producto de la brutal fricción de nuestros cuerpos?
el sonido volvió a mis oídos y me devolvió de mi abstracción.

chis mi rey?!
ella seguía allí pero ya no estaba claro que fuera ella. se habían borrado las líneas que la contorneaban, parecía un fantasma, los pezones de sus delicados y preciosos pechos ya no estaban, su rostro se descorría con el rímel de la noche. cerré los ojos y regresé en el tiempo nuevamente, la luz azul y fría de las cinco de la mañana escurriendo por la ventana, su cabello como una cortina raída cortándola, sentí el sudor de mi cuerpo y de su cuerpo mezclarse en uno, su aroma y el mío, ella estaba acostada sobre mí, sus labios eran delgados o tal vez, para ese entonces, se encontraban en proceso de desaparecer. tenía frío.

¿cómo demonios llegué aquí?
tengo una colección de todas sus risas en mi cabeza. recuerdo su risa loca, desangrada, la “para no llorar”; la risa de la soldadita, una pájara de metal construida para ser indestructible. creo que dijo algo así como que ¿por qué se sentía Ella el hombre en esta relación?, y eso nos dobló de risa. también recuerdo su risa verdadera y franca, su risa de cosquillas, recordé su rostro extendiéndose hacia atrás con la boca abierta y sus dientes blanquísimos reír de placer mientras mis dedos acariciaban velozmente sus costillas, luego le dije que la adoraba, ahora recuerdo un poco más. creo que me di cuenta que la fui borrando de a besos y caricias; encontré después en el baño mi lengua repleta de lunares y relámpagos de su carácter, encontré también sus pezones en mi lengua, su cabello y su perfume en mis manos, con nuestros sudores, se amalgamaron las tonalidades de su rímel; de las sombras de sus ojos; de sus ojos en las sombras; y ya no supe atenerme a los hechos ni a la realidad.

asustado con la idea me incorporé sobre mis brazos en la cama, intentaba retenerla, que no se fuera nunca, que no me dejara. sólo llegué a ver los perfiles de sus turgentes piernas, de sus redondeadas nalgas, de sus pechos exquisitos, una mancha. pero en ese atormentado instante ella volvió a hablar con la dulzura de un tono casi maternal:

chis mi rey?!
y yo, como un niño obediente y desangrado por el dolor de perder algo sagrado, enteramente triste y con el alma rota por completo me acurruqué.
sentí que me arropaba con el cubrecama y su último beso me lo puso en la nuca dejándome dormir…
lo último que escuché antes de caer en el silencio absoluto de mi inconsciencia fue su voz diciendo mientras desaparecía por completo…

ay mi Ronald.

era el tipo de mujer que se consume con la noche negra y redonda; dura lo que dura la penumbra, no la altera nada hasta que escucha, como perforada por una lanza, el gutural grito de Alectrión, convertido en gallo para cantar el amanecer por toda la eternidad.

en justicia, duró lo que tenía que durar.

hasta las cenizas.

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