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A MI PADRE

A MI PADRE
 
 
Un velero de alas negras
vino a buscarlo aquel día.
apenas rompía el alba,
apenas amanecía.
 
Tenía hecho el petate
desde la noche anterior
alegre estaba en el muelle
sonriente y sin temor.
 
Y aquel petate llevaba
tan solo un montón de sueños,
que de su amor y cariño
a nosotros hizo dueños.
 
Con el alma tranquila
y con aquellos arreos
marchóse a echar una siesta
junto al dios de los ateos.
 
Con una sonrisa limpia,
se adentró en la oscura noche
perdido ya para siempre
sosegado y sin reproche.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Nosotros quedamos tristes,
sin esperanza ni consuelo
y una nube de tormenta
pintó de negro el cielo.
 
Con su partida marchó
de la casa la alegría,
su vida, que era la nuestra,
en el alba se perdía.
 
¿Por qué piélagos navegas?
¿Por qué volviste a la mar?
¿Por qué largaste las velas?
¿Por qué dejaste el hogar?
 
 
Mas no caben los reproches,
que tu vida lucha ha sido,
y razonable es que goces
del descanso merecido
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A vosotros
 
  I
 
Rompióse la vida en la mar cautivo,
galeote, contra las olas bregando.
Rompióse el alma al placer esquivo,
estoico, entre la multitud soñando.
Rompióse el cuerpo solícito y vivo,
coloso, entre máquinas batallando.
Y en su boca no florecieron quejas
a la hora de ganarse las lentejas:
  que vivió siempre luchando
 
          II
 
Los libros de su humilde camareta,
semilla de su brillante cultura,
lo fueron forjando como poeta,
como navegante en la locura,
pintando sueños en una libreta:
octosílabos de bella factura.
Y su fantasía más querida era
mecerse feliz en una habanera:
        suspiro sin partitura.
 
 
III
 
Amigo de todos, cortés, sincero,
portador de una perenne sonrisa.
Nadie a sus ojos era forastero
y a todos, la cortesía precisa,
que nunca usó del conversar fullero
ni su palabra fue jamás remisa.
Su pueblo, su Torrevieja querida,
piedra de toque fue para su vida:
      porque ella fue su divisa.
 
 
 
IV
 
Nadie lo consideró su enemigo,
pues, con todos usó cordialidad:
con el rico hombre y con el mendigo
porque a todos trató con dignidad,
y su vivir fue sereno testigo
de virtud,  modestia y honestidad.
Así, el luctuoso día de su muerte
convocó a personas de toda suerte:
                    cosecha de su amistad.
 
V
 
Tenaz narrador de viejas consejas,
insólitas historias del pasado,
medias verdades, crónicas añejas,
y el ayer, que nos lo daba endulzado:
sin rencores, sin odios y sin quejas,
porque el mal “está mejor olvidado”
y entonces una lágrima de pena
lloraba, de su padre, la condena:
           la de vivir exiliado.
 
 
VI
 
Fue un padre bueno y un marido atento
que batalló duro junto a su esposa
para ofrecernos un pobre sustento
porque la vida, tacaña y celosa,
jamás les dio para la lucha aliento
y nunca fue con ellos generosa.
Él pintaba el mundo de otro color,
usando los colores de una flor:
un mundo color de Rosa.
 
 
 
VII
Los que compartimos con él la vida,
supimos de buen humor y alegría,
de complicidad amable y cumplida,
de paternal cariño y simpatía.
Su risa era siempre la más sentida,
y su voz siempre la broma escondía.
La misma chanza mil veces contada
y la chanza mil veces celebrada:
     chanza que en clave esgrimía.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A él
VIII
¿Qué será la casa sin tu alegría?
¿Qué será de todos sin tu prudencia?
¿Qué será de la mar y la bahía?
¿Qué será de nosotros en tu ausencia?
¿Qué será de esta larga noche fría?
¿Qué será la vida sin tu presencia?
Quedamos aquí huérfanos, quebrados.
Quedamos aquí solos y angustiados:
                        heridos por tu carencia.
 
 
IX
 
Demasiado bueno para la vida,
que la vida, indolente, te ha dejado.
Demasiado ligera tu partida,
que en la nave oscura te has embarcado.
Demasiado desmedida la herida,
que el dolor no puede ser mitigado.
Vuelves a ser el feliz marinero
que enciende en la eternidad un lucero:
                    la memoria que has dejado.

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