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Acta II

Me voy. Durmiendo. En el pecho de piedra de mi madre.
Bien sé quién es quien me mira desde lo alto de la tapia, ése que mira
la escena, a compás. Desde la estepa, adonde
regresa. Una escenografía, umbral (ya) del
sueño. ¿Suyo? ¿Último? Para él. Y para la
piedra trasladada, y con qué esfuerzo, a fungir
de madre. Tallada. Ser contemplada parir
piedra. Cara de leona, alas gigantescas. Habla
ininteligible, tal vez el habla asiria, en cualquier
caso jerigonza en el sentido de proceder del
otro lado de acá. Cuando duerma del todo, se
desenrevesará. Por vías, aclaradas. Por palabras
(insustituibles). Un tomeguín recamado (¿adónde;
adónde?). Aquí. En una composición de Messiaen,
no aparece; allá, terrones negros, colorados, revuela
dentro de un pecho de piedra, sin canto: amagando,
alzar vuelo, mitad ónix, mitad cuarzo. Flauta (¿de
arcilla?) partida en dos precisas mitades, mi insomnio.
De anoche. Y de anteanoche. El misacantano del sueño,
entre tierra y subsuelo, ojos de piedra vueltos hacia las
alturas, oficia entre el insomnio y la madre de piedra.
Volverá. Sin revolotear. Imposible mayor silencio.
¿Cuál de los dos se levanta, reconoce el canto? Llano.
Orientando. Una de tres vías. ¿Inicio de la primera,
el insomnio? A lo sumo, de consuno, madre e hijo
contemplados por el fustigador de pocas palabras,
carrasperas. Arrancarán a caminar, dos pasos y habrá
que detenerse, o dar marcha atrás: el cansancio de la
piedra es insalvable. ¿Regresar al punto de partida?
Pesa la piedra. Pesa el insomnio del durmiente,
dentro de la piedra. Me voy. A la encrucijada. Entre
el sueño a medias y un insomnio atroz golpeando
contra el techo de un subsuelo (galerías)
(hormigueros) impenetrable. No quiero. Ni la vela
ni el sueño inalterables. Ni el vuelo interminable.
Ni la colocación de la piedra, inamovible. Quiero
espabilarme para dormir mullido, cansancio de la
carne. La aurora entrando por el punto más occidental
de una Isla. Guano. Yaguas. Un barullo de bijiritas y
tomeguines. Andando, arreen, bueyes. A la faena.
Aguas, andando. A las redes. Botes y redes. Boteros
y primeras risotadas de la mañana, carajillos, olor
a pan duro tostado sobre las brasas: el aroma del
agua dulce de los ríos. Abrir los ojos, a la mirada.
Sentirse, primera vez, reordenado. Canta mi madre
en la sala. A oscuras. Por una vez. Sólo esta vez,
piedra desnuda. Una canción en yidish. De ahí
salí. Me arrulla (una canción asiria). Un hombre
de sesenta años mira desde lo alto de una colina,
detrás de la tapia el silencio se ha vuelto mutuo:
la vieja escenografía ha sido desmontada. Me
arrulla la mujer centenaria, de carnes diurnas,
osamenta milenaria, y dice así. Y dice así. Y
no oigo. Durmiéndome, en un insomnio de
piedra. Buscándole el sobresalto a la piedra.
Preferido o celebrado por...
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