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No tengo nada que perder

Aquel nocturno yerbazal, al borde
del declive de enebros, ciegamente
buscado entre la efímera
yacija de la luna, ciñe
con sus férvidos nudos toda
la historia de mi vida, el privilegio
de mi junta y profética memoria,
y allí estará mi libertad
entumeciéndose, cómplice cuerpo transitorio
fronterizo del mío para nunca.
 
La tierra genital, los estandartes
clandestinos del sueño, la prohibida
palabra, perseveran
junto al amor que escribo, tachan
con su verdad las otras más posibles.
 
Compartida codicia, ¿qué
haré con este cuerpo
sin el suyo?
          Subí desde la sombra
hasta la luz, puse mi mano
en el aire vacío: aquí me entrego, dije,
no tengo nada que perder. Cuántos
anhelantes resquicios del deseo
se iluminaron para mí, mientras anduve
tropezando.
          En las dunas aquellas,
cerca de la hondonada venturosa,
con el metal marítimo fundiéndose
debajo del amor, fui despojado
del lastre ritual de la memoria
y penetró mi vida en la del cuerpo
ofrecido. Aquí me entrego, dije,
preso estoy en mi propia libertad.
Preferido o celebrado por...
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