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La música

Detén la diestra mano encantadora,
angelical mujer, álzala en tanto
que entusiasmado tu bondad implora
tu más débil cantor. ¡Si, Delia hermosa!
Tome a su ser el alma que extasiada,
incierta discurría
bajo el impulso y grata melodía
que gustar hace el plácido instrumento,
cuando en lozana juventud te admiro,
cual aquella deidad que al casto coro
sublime encauta con el arpa de oro.
¿Por qué no es dado a mi infeliz estrella
fácil ahogar el dulce sentimiento
de vida, de amistad y de contento
que inspira la beldad modesta y pura?
Entonces, sí, callara; y silencioso,
con el oyente tibio confundido,
y a ti desconocido,
de la Música el estro poderoso
no descubriera en tí. Mas, ¡ay!, Natura
de un alma me dotó tierna y sensible
al mágico entusiasmo irresistible
que experimenta juventud florida,
cuando el aura de dicha respirando,
descuella por los campos de la vida,
de la belleza en pos, placer buscando. y
a en el teclado armónico te siento,
marcando los compases
con celestial impulso... ¿En tal momento
bañado en dulcedumbre y alegría,
yo inerte, inanimado,
lleno de desamor el pecho helado
contemplarte podré? ¡No, Delia mía!
Cuando tu grato nombre
de labio en labio la amistad llevaba,
como décima Musa te invocaba:
de este feliz renombre,
que en sus alas el mérito levanta,
mucha suma esperé, pero no tanta.
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Con sensaciones tales
música y poesía me inspirabas,
en tanto que ignorabas
cuánto a tu influjo tu cantor sentlía.
Tus manos, ¡ay!, tus manos
me hicieron conocer que aún existía
dicha inocente entre los goces vanos
que nos llevan en pos, y precipitan
en caos de dolor, do siempre tarde
recuerda el triste que en pasiones arde.
¡Feliz aquel mortal que siente y pinta!
Así dos veces una dicha goza,
si la inocencia pura
tributa candorosa
del ingenio al pincel la hermosa tinta
que a la Verdad tan sólo pertenece.
Mi labio tal te ofrece
no el fuego devorante
de un simpático amor... ¡Ay! ¡Yo, tu amante
nunca, Delia, seré! Naciste bella,
parda virgen que ciego idolatrara;
cuyo candor a mi color uniera
como ingenioso artífice entrelaza
el morado clavel a la violeta.
Mas el Destino, la razón prudente,
el cielo todo ofuscan, do mi estrella
sin fortunada luz a obscuras pasa.
Pero no pudo rigoroso el hado
privarme del placer que experimento
cuando al impulso de tus manos siento
que, herido el diapasón, te corresponde
la métrica cadencia,
la sublime influencia,
la dulce magia que tu esfuerzo esconde.
¡Oh, magia!, cuyo efecto poderoso
me comunica el entusiasmo ardiente,
el volcánico ardor que hace a la mente,
por un mundo ideal, en fervoroso
rápido vuelo, alzarse, y los concentos
de los celestes coros melodiosos
endiosado gozar...
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Cuando inspirado
de fuego celestial, las cuerdas de oro
ante el pueblo de Dios David pulsaba,
y hasta el Eterno en cántico sonoro
inmaculados tonos levantaba,
¿quien tan sublime impulso a su arpa diera?
Por ti, Genio divino,
se hizo eminente el inmortal Rossini,
cuando del Sena el curso suspendiera
con nunca oídos tonos, encantando
con su influjo y poder a Europa entera.
Yo, al pintar tan patética dulzura
en ti, Delia inocente,
respiraba este afecto de ternura;
y en la encendida, arrebatada mente
larga rienda soltando al pensamiento,
¡oh, cuán digna, te hallé del canto mío,
y cuán bella también!
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Pero callaron
ya las templadas cuerdas. ¿Dónde fueron
la divina expresión, el mago canto
y la destreza más que sobrehumana
que cautivó sensibles corazones?...
Terminaron también mis ilusiones
como si de un ensueño despertara...
Yo entonces, conmovido
de un no se qué de gratitud grandiosa,
en mi transporte al colmo me elevara;
y de allí arrebatado en la ardorosa
idea que aún halaga mis sentidos,
mis labios en tus labios estampara;
fuera de mí, perdido,
a morir a tus plantas me arrojara.

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