Yapi

A veces...

Sólo a veces...

¡Oh, sí! La nostalgia es un vampiro antiguo
que bebe de mis venas con lentitud de siglo.
Un viejo dolor—ese felino de sombra—
se despereza en mis costillas,
y yo, pobre mendigo de espejismos,
siento el ansia feroz de regresar
a un **no sé dónde** que me quema las pupilas,
a un **no sé cuándo** que se pudre en mis huesos.
 
Esta tarde, el sol tenue—¡ay, qué sonrisa pálida!—
me besa la frente como un Judas de luz,
mientras el viento, ese juglar borracho,
deshoja quimeras en mi cabello
y hace temblar las hojas
como si fueran párpados de muertos
que aún insisten en mirarme.
 
¡Y entonces despierta **la Bestia**!
Esa nostalgia que es más honda que el tiempo,
ese deseo de llorar sobre las ruinas
de un paraíso que quizás nunca tuve,
de perseguir una luz que se desvanece
—farolillo de niebla en mi memoria—,
y que ahora es sólo el espectro de un espectro,
el polvo de un diamante que se volvió ceniza
en algún rincón del ayer brumoso.
 
Estas tardes—¡oh, tardes malditas!—
son frascos de perfume vacíos
donde se agita el alma de mi infancia azul.
El pasado y el presente se enlazan
como dos serpientes ebrias,
y forman este **eterno ahora**,
este instante que es un puñal
clavado en la garganta del tiempo.
 
Aquí yace la desazón suprema,
la que siempre ha dormido en mi sangre
como un veneno dulce.
Hoy se despierta,
hoy me mira con sus ojos de alquitrán
y me susurra:
*"Nunca fuiste completo.
Siempre faltó el retorno
a la patria que no existe,
al amor que no llegó,
al Dios que te negó su rostro."*

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