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El camino de rosas o espinas

El tazón de tu ambrosía lo he bebido para mi gloria;
para vestirme de lino y untarme de azafrán.
Mis pies descalzos caminan sobre la arena ennegrecida
del vómito nauseabundo de la tierra en parto.

Para leer poesía hay que estar moribundo de amor
haber caído al abismo de los chacales,
querer derruir tu silueta y edificar un nuevo esqueleto.
Hay que otear el horizonte con un ojo lleno de luz oscura.
 
Son las trafasías hirientes de las musas
las que te hacen el camino de rosas o espinas.
Vuelcas toda tu lasciva grotesca sobre el féretro
que adelanta al camino sinuoso del más allá.
 
Desiertos de la vida y de la muerte
donde el aliento se seca en los páramos del mundo.
Líneas cóncavas y convexas de edificios
fantasmagóricos que pueblan ciudades fantasmas.
 
Eres tú poesía ese caldo primigenio de conocimiento
que se hace saeta y flor. Amalgama y lirio
para caer rendida como novia desflorada
en el blanco papel alfombrado por besos.
 
Eres ese desierto ardiente y áspero
donde la lengua del sol consume los oasis
y vivifica las dunas que esconden las sábanas
dormidas que alinean su brújula al horizonte del mar.
 
Para amarte poesía y quedarme en tu lecho
es necesario que muera para los comunes de los mortales
y que las mil dagas de las ninfas de las montañas
me desangren a despecho de que muera de amor.
 
Mi barro moldeado con tus salivares
tiene los millares forma del verso que viajan
inconmensurablemente por los espacios
vacíos del planeta donde la aridez de tu piel se encalla.
 
Cuando te tomo eres la flor y la daga
te mueves al ritmo de la sinfonía de las aguas dulces.
Permutas en los labios y ojos de mi amada
como fruta madura con acidez amarga.
 
Puedo llamarte con mi canto lastimero
O con mi voz estentórea despertarte de tu sueño eterno.
Puedo tocar el aldabón de tu sacristía para llenar
tus naves de una suave brisa o un sobrecogedor llanto.
 
El tazón de tu ambrosía lo he bebido para mi gloria;
para vestirme de lino y untarme de azafrán.
Mis pies descalzos caminan sobre la arena ennegrecida
del vómito nauseabundo de la tierra en parto.
 
Soy el solitario hereje de los siete pecados capitales
recorriendo los desiertos míticos desde el Sahara hasta el mar de Aral.
Busco tu pócima, la siembra de todas las palabras
con que los poetas le escribieron al AMOR.

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