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Meridiano equivocado

Mientras el fuego se avivaba en su mirada
su piel crepitaba en lenguas subjetivas oraciones
invitando al festín y la algarabía
de su manjar sibarita y etéreo.

Escondía sus miedos en medio de besos tímidos.
Apenas si rozaba sus labios como si se tratase
de una estrella fugaz cayendo al firmamento.
Eran esos miedos a soltar las amarras del corazón.
 
Taciturna e ingrávida como una flor de loto
mecida por el marasmo de las aguas lodosas
apostillaba una mirada furtiva a quien rendido
de pasión trataba de enamorarla buscando su amor.
 
Quedarse entre sus sábanas blancas
era la utopía del sarcasmo de la libido
buscando el reencuentro con su mariposa
que volaba fecunda en medio de la noche.
 
Podía sentir el almíbar de sus labios
en sus largos y nutridos besos
que se le escapaban sigilosos de los muros
impuestos a fuerza de negarse el placer.
 
Escondía sus fantasmas
rubicundos y alargados como viejas constelaciones
en el trasteo de su sexo.
Trofeos de viejas luchas de amores pasados.
 
Mientras el fuego se avivaba en su mirada
su piel crepitaba en lenguas subjetivas oraciones
invitando al festín y la algarabía
de su manjar sibarita y etéreo.
 
No queda espacio entre sus nacaradas lunas
todo el camino esta flanqueado por espadas.
Ronda un sino de voces apergaminadas
de melodías que se pierden a lo lejos en las dunas.
 
El despojo de sus sueños yacía
en el crepúsculo de la tarde bucólica.
Contrastaba amargamente con lo inesperado
de la lluvia pertinaz que caía.
 
Podía ahogar todos los gritos
para verlos aparecer nuevamente
emerger de todos lados como hongos
venenosos en un cenagoso campo.
 
La ciudad era la herejía de una arquitectura
erigida para aprisionarla dentro de un campo de concentración
donde era prisionera del cubismo existencial.
Sus cadenas eran intolerables lazos de musgos.
 
Perdió toda conexión con sí y para sí.
Orillada al abismo de mundos superpuestos
que pintaba desde la mañana hasta el anochecer
se fue quedando sin exhalación hasta extinguirse.
 
En un último acto de contrición
con sus miedos y letanías
rasgo el velo de sus ojos para que el llanto
segará la última cosecha de su prisión.
 
No era más que despojos. La muerte
arrebataría toda suerte de enmienda.
Había ensayado su propia búsqueda
y allí estaba amortajada en el meridiano equivocado.

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