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Rayuela

Mitiga su fuego en caricias perdidas
que fueron asonadas de batallas contristas.
El amor esquivo en pérfidas
huidas quemó sus naves y mató sus conquistas.

Cuando en sosegado trance el alma llora
e inquieta la luz boreal adivina
que los sonrojos delirantes son de una cantora
que trémula de pasión su voz afina.
 
Esconde sus ojos tras duros prismas
que obcecados ensombrecen su iris.
Para no dejar que embellezcan en sí mismas
corta sus lágrimas de plata con bisturís.
 
Reniega de haber nacido mujer.
Hubiera preferido ser camino
sabe del sendero al atardecer
que la lleva presurosa a su destino.
 
Siente en momentos desfallecer
sabe que su aura enloquece de melancolía.
Conoce del trepidar de las lunas al anochecer
y del canto de las cigarras al llegar a la ría.
 
Mitiga su fuego en caricias perdidas
que fueron asonadas de batallas contristas.
El amor esquivo en pérfidas
huidas quemó sus naves y mató sus conquistas.
 
Hoy sus besos marchitos dibujan un óleo
que plasma los desencantos y pesares
quedados archivados en un lúgubre mausoleo
destino final de un alma pobre de besares.
 
Solo en el bar, juega una rayuela imaginaria.
En solitario apura una copa mientras
suena una melodía que camina por la estantería
buscando entrelazar añejas remembranzas.
 
Sabe de los aviesos entredichos de juicios
en que la fatalidad la puso contra la pared.
No tenía mayores argumentos, solo prejuicios
pero al igual que el pescador, tendió la red.

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