A mis amigas
Parecía que el aguacero no iba a cesar, las lágrimas no paraban y se debordaba el río que me conducía hacía la desolación. Pensé en que la lluvia se llevara mi tristeza, pero no fue así, cada gota atravesaba mi piel, cada vez que trataba de nadar hacía la orilla, la corriente parecía sumergirme, sin dejarme respirar. Llovía, llovía tanto dentro de mí, afuera, en todas partes.
Pero el aguacero poco a poco fue cediendo: no fue de un momento a otro, ya que las gotas seguían cayendo, y estaba inundada. Ocurrió, ese momento y espacio eran los indicados, para ser salvada. Sin esperarlo, sin siquiera pensar, estaban ahí, prestas, mis salvavidas ¿Cómo podría agradecerles? Porque en el invierno por el que pasaba mi corazón, ellas, mis amigas, me salvaron.
