El cielo ha perdido todo el lujo
imaginario
—nubes blancas borradas,
sol radiante
sin luz,
tinte claro en oscuro–,
cuadrado panorama
cojeante de cúpulas,
fantasía de lumbre,
de triángulo y toisón.
El vacío se adueña
de ausentes edificios,
Decrecen a sus anchas
las notas del tambor.
En pleno centro confluyen
las orillas.
Frío y calor.
El derredor no existe
a la mirada;
la mirada no existe
al derredor.
Ahora nada dice
este poema;
no estás tú –da lo mismo–
ni estoy yo.
Ima no existe ahora, tal vez
no existió nunca;
su doble corazón
nunca existió.
Ima, mira ahora
partido el mediodía:
consumido,
todo consumido;
consumado,
todo consumado:
en un vuelco de pétalos
ardientes,
convertido el arriba
en el abajo.