A ti, pastor herido, te llaman dulcemente.
Ha vuelto. No hay espera. ¡Qué difícil mirarle!
Por hallarse en ti mismo se anula el tragaluz
y rueda la campana que tañeron tus manos.
—Mas, ¿qué podía yo, soñador, si no irme?
¿Hacerme limadura? La tierra magnetiza.
Siempre serás. Vendrás. Y volverás. Existes.
Y te veré pasar dentro del pecho. Mira.
Otras noches vendrán, otras serán las horas.
Y yo estaré de pie, atolondrado, nuevo.
A ti, pastor herido, pastor salvado, llega
la meseta, el descanso, llega el amor soñado.
Al albor del romero, a los pies de las lilas,
habrá un dormido párpado en la estación tranquila.
Algo flota sagrado. Como un incienso arde.
Algo fluye, se arranca; desencontrado, miro.
Haya paz en mi ánimo, sométome a las cosas,
al misterio, a la ciega relación omnisciente.
No se puede borrar con dos trazos el mundo,
ni se puede arrancar esa esencia que ha sido.
Lloverán los recuerdos. Con palabras y risas,
devolverán el mundo a quien lo había perdido.