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Freddy Gatón Arce, de la palabra a la frase

La poesía es un arte en el que cada palabra debe ocupar su lugar indispensable. Si nos atreviéramos a elaborar un postulado en torno a este hecho, nos veríamos forzados a decir: "Para cada poema desplegado en el tiempo existe un orden en la colocación de sus elementos, y solo uno".

 Refería el poeta británico Samuel Taylor Coleridge, en conversaciones casuales de sobremesa recogidas por su sobrino Henry Nelson en un volumen doble titulado “Specimens of the table talk of the late Samuel Taylor Coleridge”, que a diferencia de la prosa, constituida por palabras en una disposición aleatoria, la poesía se constituye de “las mejores palabras en el mejor de los órdenes”. Poesía es quintaesencia, síntesis, abreviación, tal vez calco de una expresión esencial originaria, de inmanentes arcanos, a la que es dado acceder a algunos escogidos; poesía es elevación del espíritu y lujo verbal.

  Esta acotación inicial resulta insustituible al momento de introducir cualquier arrimo a la poesía de Freddy Gatón Arce, escritor exigentísimo en la utilización cuidadosa de palabras y frases, imágenes y efectos; en fin, de todo cuanto tiene que ver con la depurada enunciación del discurso poético.

  La poesía es un arte en el que cada palabra debe ocupar su lugar indispensable. Si nos atreviéramos a elaborar un postulado en torno a este hecho, nos veríamos forzados a decir: “Para cada poema desplegado en el tiempo existe un orden en la colocación de sus elementos, y solo uno”. No hay forma posible de subvertir ese orden sin que nos tropecemos con la realidad de que la estructura –el poema– se ha convertido en otra distinta de la primera. Pero no vayamos demasiado lejos en estas consideraciones. Baste señalar el hermetismo de un arte que –paradoja singular de los designios– es a la vez el único que nos puede regalar la absoluta libertad expresiva; y baste señalar también la singularidad de cada palabra una vez dejada caer en su posición, desde donde irradiará toda suerte de influjos sobre las palabras circundantes y sobre el poema como obra total. En una idea: el poema es un Todo que no puede prescindir de ninguna de sus partes.

  No resulta difícil detectar, aun para el lector menos avezado en el arte de la poesía, el tratamiento de “gemas” que Freddy Gatón Arce dispensa a las palabras. En sus manos de artista no son otra cosa. No seamos tontos: lo sabe y las exhibe, y con sobrada razón, porque el acto de exhibición es connatural a las gemas. A manera de ejemplo pudiéramos seleccionar cualquiera de sus textos –libro o poema– y obtendríamos el mismo resultado; seleccionemos, por tanto, al azar, “a suerte y verdad”, el poema “Trece veces el sur”. En el fragmento uno se lee:

“Geománticos y políticos calculan trazos...”

En el fragmento tres:

“...una fuerza que de la profundidad de la tierra/ sube, esplendece y se comba en azul postrero".

En el cinco:

“Oh soledades, secón de pobres y desventurados”.

Y en el ocho:

“Volcado el firmamento, y planetas, satélites, limbos,/ semejan una sola girándula".

  Tampoco vayamos a equivocarnos. Esta exhibición de riqueza expresiva no es nunca materia de ostentación o de simple afectación, que con tales recursos ningún autor podría convencer a nadie; no es asunto de acumulación mecánica y artificiosa de palabras altisonantes colocadas adrede para que nada signifiquen; muy por el contrario, se trata de la manifestación natural de una voz que, producto de su poderoso caudal, desemboca en una personalísima y arrolladora forma de expresión, totalizante e individualizante a la vez (filo de la paradoja), y que al dejar la huella de su marca selecciona con igual naturalidad los materiales que mejor se allegan al tono y al objeto de su canto... Como si también en la estética operara un proceso de selección natural en la que los elementos en sus diferentes especies lucharan entre sí por la pervivencia en un mundo suprasensorio, y acaso constituya el arrebato del artista. La voz del poeta cabal, en un proceso semiconsciente, sólo permitirá que los más calificados elementos retóricos conformen la estructura final de su poema. Este es el caso de Freddy Gatón, prototipo del poeta cabal, aquel que crea su orbe y lo evoluciona... de la misma manera natural en que, por vía de sacudimientos telúricos, transformaciones, cataclismos, continuo movimiento y erupciones, ha ido delineando el Globo su fisonomía particular. Valga también esta nueva extrapolación.

  Ahora bien, la conexión entre palabra y palabra para formar la frase y el ulterior entramado general del texto poético deviene como resultado de la fuerza cohesiva del ritmo particular que gobierna cada uno de los compases del lirismo gatoniano.

 Partiendo del coro surrealista inicial, el ritmo se va depurando hasta transformarse significativamente en un texto de intencional propensión arcaica, con aliento de lo eterno, como es Son guerras y amores:

“...y así murió una niña
De señas, familiares y vecinos ignorados, y habiendo
Que llamarla de algún modo para cumplir con los papeles
De defunción y no tener huesa della, le pusieron
María Mundo, virgen y símbolo de orfandad y fosa común”.

...Y dar un vuelco enceguecedor en las aguas de El poniente (cito de memoria, pues no tengo conmigo el texto):
“La noche, su infinito muro azul
descendiendo sobre la tierra
anuncia el esplendor de las estrellas,
y tú amas
y eres amada;
tú amas, viento o mujer de zumbante pelo,
tú amas,
Oh, muchacha de ígnea condición como la mía!”

Lirismo distintivo; dijimos: particular, y tanto, que no veo otra figura de la lírica vernácula o universal que haya jamás repetido semejantes acordes.

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