No soy yo quien danza:
el viento en la llama,
pulsación que oscila entre las eternidades.
No hay sombra que guarde mi nombre
ni muro que detenga este incendio.
Mi sangre es un ascua en tu soplo,
río sin lecho,
cuerda tendida sobre el desvanecimiento.
Oh, qué delgado el umbral donde me pierdo,
qué hondo el aliento en que me enciendo.
El mundo ya no pesa en mis huesos.
Soy el eco en la cajuela sutil de la alborada,
el trigo en el instante de la siega
y la voz que habla con su propio silencio.