Geografía del Alma
Cuando tus ojos encuentran los míos,
mi mundo entero se vuelve más claro,
como si el sol de la mañana fría
derritiera la niebla del invierno.
Cada sonrisa que dibuja tu boca
es un río que inunda mis praderas,
y en tu risa, pequeña y juguetona,
renacen todas las primaveras.
No necesito tocar tu piel suave
para sentir que tu calor me abraza;
basta un instante, un gesto leve,
para que el tiempo entero se ablande.
Eres el mapa que mi corazón sigue,
la brújula que nunca me engaña;
en ti descubro cada latido,
la melodía que nadie me enseña.
Si la noche nos cubre con su manto,
yo no temo a la oscuridad profunda,
pues tu recuerdo—faro y encanto—
ilumina la senda que me inunda.
Quisiera ser el viento de tu pelo,
la brisa que acaricia tus mañanas,
el secreto que guardas en tu vuelo,
la paz que en tus silencios se hermana.
No pido más que verte caminando,
con esa luz que solo tú trasmites,
mientras mi alma, callada, va soñando
versos que escriben nuestras vidas unidas.
Porque contigo hasta el dolor es dulce,
y la esperanza tiene sabor a rocío;
en tus manos mi temor se pulsa,
y en tu mirada encuentro todo el brío.
Así, sin prisa, sin final ni inicio,
tejemos un camino sin fronteras:
tú eres mi verso, yo soy tu oficio,
dos verdades en lunas llenas y vacías.
Y si algún día la suerte nos olvida,
queda este surco de amor en la tierra:
semilla eterna, limpia y encendida,
que ni el invierno más crudo desentierra.
Porque amor no es fuego que devora,
sino raíz que en silencio crece;
no es la tormenta que en segundos llora,
sí la savia que el árbol enriquece.
Así te llevo en mí, sin pedir nada,
como el aire lleva el canto de los pinos,
como el mar guarda sal en su almohada,
como el pan guarda trigo en sus destinos.
—Luis Barreda/LAB