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LA ARQUITECTURA POÉTICA DE LOUIS ISADORE KAHN

Hay arquitectos que son como poetas.
Por ejemplo, Louis I. Kahn.
 
Su manera de crear espacios, de tejer
el silencio de la aurora o de los ríos
norteamericanos, su luminosidad
imborrable y cierta.
 
El cielo pasa al lado y el espacio es un modo de vivir.
 
Ojeo un libro de la editorial Gustavo Gili
—de la biblioteca de arte de mi padre—
sobre la obra del arquitecto nacido en Kuressaare
y me trae recuerdos de cuando, en la
remota adolescencia, yo quería ser también
arquitecto. Ahora juego con las palabras
y las imágenes compongo de otro modo.
Y lo que veo es ficción, porque está en un libro
pero existe en EEUU.
 
Hay una rosa en el recuerdo. En tardes
de primavera esa preciosa flor
se adelanta a su propia arquitectura.
En tardes de invierno se produce
una batalla cromática
como un eco pitagórico
que quiere que el espacio habitado se refleje en las estrellas.
 
En Louis I. Kahn (el arquitecto
favorito de mi padre) todo es inteligencia
y funcionalidad, no exenta de un sentido estético, lo mismo que un poeta escribe
para entrar en el corazón de un lector
pero también para demostrar
una teoría griega del lenguaje.
 
Los materiales, las ventanas, el orden
interno y externo; todo está pensado
para vivir feliz sin darse cuenta o
para que yo ahora escriba este poema
de dudoso fuego lírico.
 
La Biblioteca Exeter, la casa Farnsworth
o la casa Fisher
tienen mucho que contar a quien supone
que el mundo es una gota de sangre dentro de uno mismo.
 
Dejamos que el espacio se quede latiendo
y que lo que vemos no sea
demasiado diferente de lo que pensamos.
 
Ese es el verdadero logro, la virtud técnica
de una mente prodigiosa
buscando en su equilibrio a las almas más tenaces.
La creación
como algo que enciende el espacio
y luego lo transforma en un reloj de arena
contra la eternidad de la arquitectura [contemporánea,
como un objeto indestructible.
 
Igual que las habitaciones de la vida.
 
 
13/01/2024
 
("Interminables")

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