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Inmortales

Realmente somos fuertes:
más duros que las piedras de río,
que el acero de un cañón de costa,
     que el jiquí
     y el ácana
     y el júcaro negro.
 
No hay motor
—turborreactor o Diesel—
más potente que nosotros,
ni laca ni fibra sintética
más tenaces que nosotros.
Conocemos
     el amor,
     el odio,
y muy especialmente
la pasión y la esperanza:
¿cómo dudar que de las cosas de la Tierra
somos
     la más fuerte?
Hemos visto pasar a nuestro lado
manadas de bestias colosales
que jamás volvieron,
aún vemos la luz de estrellas que ya son fantasmas,
continentes enteros se hundieron bajo nuestros pies
para no regresar del fondo
del océano,
por encima de nuestras lívidas cabezas pasan
especies de pájaros y aviones
que no vuelven a pasar.
Pero nosotros,
pobres criaturas sin garras ni conchas
ni escamas ni púas ni alas,
con ojos inferiores a los ojos del búho
y piernas inferiores a las patas del ante
y manos inferiores a las manitos del mono
y oído inferior al del sinsonte
y olfato inferior al del escualo
y músculos más pobres, mucho más débiles
que los elásticos anillos de la boa...
     Pero nosotros,
los más frágiles,
los menos protegidos,
     asmáticos,
     artríticos,
     diabéticos,
     miopes,
hemos sobrevivido a todas las catástrofes,
a todas las iniquidades,
a nosotros mismos.

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