Vista toledana
En un lugar de La Habana
Solitario, a una avenida de una torre de marfil mi barrio vive su vida un tanto campestre, un tanto estancada, arropado por la gente que vive al día con el arroz que queda de la semana pasada.
Las tardes guardan gritos y pasos de mangos que caen, de bicicletas que corren, de caballos que pastan y de niños que viven con el sustento de la diversión que solo dan los pies descalzos y las calles ahuecadas.
Los portales acompañados de perros y soldados olvidados abrigan las memorias de las promesas de evolución, aplazadas por la enfermedad y la cólera hacia los pueblos libres.
La memoria de un central, como artículo que nos mantiene en el mapa, recuerda y olvida sus años de azúcar y de Toledo, con añoranza hacia sus días de gloria y presencia. Mientras, el carril espera al tren que no pasa hace mucho y mi barrio, quieto, estampado en la práctica inexistencia, figura curioso esperando al futuro.
Toledo es un central azucarero abandonado y un barrio de La Habana, Cuba. Cada vez que salía a caminar por él siempre recordaba las películas del oeste. Mucho polvo, mucho niño y muchos cuerpos que transportan cabezas ya sin ilusiones.
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