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Cuento de princesas 33

Yo lo vi...

Un hilo brillando en la calma de su mirada, no es la luz lo que importa en verdad, sino el sentido que da la vida reflejada en sus pupilas.  Yo estaba resignada en ver solo sombras, y levantando por un segundo sus pestañas, me enseñó que hay muchos más matices de los que yo creí conocer. Yo lo ví…
Anhelo todo de sus ojos, menos aquellas lágrimas que lo puedan ahogar. Un segundo basta para no recordar el motivo por el cual tiene sentido la gravedad.  Días y noches, gritos, llantos y alegría, claridad evidente de lo prohibido, giro inexplorable de una obscuridad perfecta, su mirada es poesía. Yo lo vi…
Y entre ese inmenso campo magnético que emana su mirar, nada mi razón. Sin poder callar, sintiendo como mis palabras se deslizan por una pendiente sin rozamiento alguno, caen sus ojos en mi boca y la obsesión mágica de gritar un secreto.   Yo lo vi…
Quien pudiera verlo como yo entendería porqué cae la noche cuando cierra sus ojos, celosas estrellas pueden brillar solamente si se cierran sus cortinas escondiendo el inmenso mar con solo descansar. Ojos de volcanes en plena erupción, ojos que expresan cráteres de luna, lenguas de fuego. Yo lo vi…
Temo caer en ese paisaje mágico, envuelta en el manto de mi propia soledad. Lo he llamado varios inviernos, pero el frío glaciar que se encierra en mi mirar, ha empañado muchos versos que dormían  a la par de esa inmensa y fría tempestad. Yo lo vi… y el fuego de su mirada fue evaporando cada segundo vivido, fingido y dolido.
Derritiendo mis cristales opacos, cayendo en forma de lágrimas limpiando mi esperanza. Yo lo vi y fui feliz.

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