Fue bonito volver a encontrarte, después de todo este tiempo, me sentí feliz de poder mirarte, sentirte y hablarte.

Aunque no lo creas, los dos hoy hicimos arte, no para un público, sino para apasionados amantes: tu corazón y el mío, juntos, relucientes como diamantes.

Pasé tanto tiempo preguntándome si en verdad seguía vivo, y la mejor respuesta fue el primer beso que ayer me robaste, porque fue así que tú me mataste para revivirme con un sin fin de besos y caricias que con pasión me regalaste.

Casi fue la noche perfecta, en efecto hubo magia, el viento era perfecto, con la temperatura correcta y la luna tan brillante como ninguna, como solo ella sabe, como solo ella puede.

Ella también hizo arte, al reflejarse en tus ojos con una intensidad tan abrumante que deslumbraba desde lo hondo mi oscuridad palpitante.

Y el aire, tan frío que a toda piel eriza, que toda alma refresca, no se pudo comparar con el aire que sale de tu boca cuando comienzas a besarme.

Fue tan romántico que no pude evitar hablar de más y decir que estuve extrañándote.

Fue tan romántico que la luna se cubrió con nubes para darte espacio cuando te acercabas a abrazarme.

Confieso que ayer me sentí inmortal, dejé de contar las veces que morí, las veces que me asesinaste, desde el primer abrazo que recibí hasta las últimas 10,000 veces que aproveché nuestras 100,000 despedidas para besarte.

Hacía tanto no disfrutaba así una cerveza, pero no fue la marca, tampoco el envase, me di cuenta que sabía mejor viniendo de tus labios, rojos como cerezas.

En fin... Solo quería representar un momento que me hizo feliz, por los que vale la pena vivir.

Quizás no pueda hacerte inmortal, pero cualquiera que lea esto se convierte en nuestro cómplice mortal.

Y así puedan atestiguar que la noche de ayer tú y yo hicimos arte de verdad.