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La mujer que pinta de blanco

...y la manera que tenía de llenarme de todos los colores sólo pintándome de blanco.

Conozco una mujer que pinta blanco. Ella tiene en su cuerpo las formas de un manjar de frutas jugosas, tropicales y que advierten el intenso sabor a través de lo que reflejan con la luz. No es menos particular su mente, que parece una barriada pequeña a la orilla del mar, con calles de ideas empedradas de aspecto colonial, pero también con una moderna arquitectura de la creación que levanta las mejores estructuras para brindar la mejor calidad de vida a toda esa comunidad que sale a pasear cuando habla. Conozco esa mujer, esa que pinta de blanco.

Una vez sucedió algo que recuerdo en este momento como quien recuerda la frescura que deja en la boca de una crema de dientes recién abierta. Recuerdo que tuve la dicha de estar cerca de ella, y estando cerca de ella pude sentir que ella quería estar conmigo. Que estaba dispuesta a pasarme la lengua por toda la cara. Que dejaría que su respiración se mezclara con la mía a la vez que nuestra saliva se volviera el ungüento favorito de nuestra felicidad. Esa mujer que pinta de blanco, quería estar conmigo tanto como yo con ella. Y nos reunimos. Nos reuníamos por horas enteras. Juntábamos nuestras ganas de vernos y comprábamos el tiempo necesario para tener el mejor servicio de compañía, el uno del otro. Nos pasábamos todo el día contándonos las cicatrices y riéndonos de las cosquillas que teníamos tatuadas en la memoria. Ella soportaba mis tonta manera de explicar las historias con historias dentro de pequeñas historias dentro de la historia mayor, y mi manía de actuar las situaciones para ejercer mi derecho al ridículo. Yo soportaba su manera de sentir tan intensamente sin miedo ni pena, de llorar como niña cuando me hablaba de balazos que le había dado la experiencia a por querer tomar caminos cortos, y su insistente asedio de meterme el dedo en el culo sólo por juego. Pero, como decía, una vez sucedió algo que recuerdo de esa mujer que pinta de blanco. Un día, como a las 5:39pm, estábamos ejerciendo la libertad de empasticharnos entre el sudor, la cama y el aire que nos rodea. A esa hora, además de nuestro revoltijo de cuerpos encendidos, una ventana estaba con la cortina parcialmente corrida y dejaba un espacio a través del cual un rayo de luz que venía desde el otro extremo del universo, se colaba para alumbrar justo el sitio en que nuestros vértices se volvían el más hermoso e irregular monumento a la fascinación de compartirse el placer. En ese instante todos los artistas que viven dentro de mí se dispusieron pinta en mi mente el cuadro realista más hermoso jamás visto por mis ojos. Quedó grabado en mí el oleaje que producíamos con el vaivén de nuestra vitalidad apasionada, la cadencia nos parecía el único fin y medio de la vida misma. Nos reíamos y el sudor nos volvía un helado tibio nunca antes probado. Y de todo ese abismo maravillas, esa mujer me pintaba de blanco subiendo y me pintaba de blanco al bajar, y ese suceso me parecía lo más hermoso del mundo. Eso, sin decir que no tengo las palabras para decir lo que llegaba a sentir más allá de lo que veía. Yo conozco una mujer que pinta de blanco. Esa mujer me pintó de blanco. Y tuve la suerte de que no fuera una sola vez. Esa mujer me pintó de blanco y yo nunca lo olvidaré.

La mujer que pinta de blanco es inolvidable porque yo lo decido así. Me gusta recordar su risa, la temperatura de su piel, las variaciones de su voz y la manera que tenía de llenarme de todos los colores sólo pintándome de blanco.

Recordando y recreando.

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