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La vieja canción

¿Qué ha de hacer quien ignora el destino,
la razón de su pan y su vino,
y la clave de oscuro avatar?
Como el nórdico rey prisionero,
de la vieja canción del trovero,
esperar... esperar... esperar...
 
Tal vez brinde un consuelo a sus cuitas,
en la tarde de pompas marchitas,
la ventana que está junto al mar;
tal vez pueda en antiguo volumen,
cuyos trazos los siglos esfumen,
divagar... divagar... divagar...
 
En otoño de roncos acentos,
que con lúgubres puños violentos
en las noches quebranta el pinar,
puede acaso por sendas de gloria,
más allá de su patria y su historia,
ambular... ambular... ambular...
 
Si hace frío en la sala desierta,
entornando a su paso la puerta
y arrojando un buen leño al hogar,
él podrá como el rey del oriente,
al influjo del libro sapiente,
delirar... delirar... delirar...
 
Y fingir que entre chusma bravía,
de remotas edades un día
fue un castillo roquero a escalar,
y que vieron atónitos ojos
una espada entre humanos despojos
cintilar... cintilar... cintilar...
 
O más bien que en la paz de la vida,
por la senda de lauros mullida,
fue una rubia princesa a buscar.
Mil lanceros formaban cohorte,
y el palacio quedaba hacia el norte,
frente al mar... frente al mar... frente al mar...
 
¿Mas qué hacer cuando el libro concluye,
cuando el sueño falaz se diluye,
cuando muere la luz del hogar?
Sólo resta el recurso postrero:
como el nórdico rey prisionero,
suspirar... suspirar... suspirar...
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