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A mi abuelo.

 No encontré olas en el mar, encontré tinieblas en cada puerto. En cada viaje que emprendí, con cada marinero, comprendí que todo estaba muerto y que no sentía nada salvo la espuma salada en mi espalda. Salvo las manos arrugadas, intentando volver a cada lugar de mi infancia donde fui feliz, a cada lugar donde perdí algo de mí, algo que se quedó clavado allí, que siempre me hace volver a la montaña donde, sí, fui inmensamente  feliz. Para, después, volver a bajar al mar, donde las olas me arropaban y en las que ya no hallo consuelo.

Fueron los marineros los que me cortaron las alas, los que me arrancaron la cola y, ahora, no sé volar y tampoco nadar.

Ahora sólo quiero dulce aroma de pino y respirarte como cuando nos quedábamos dormidos.

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