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El pastoreo

Apología a Bernardo de Soares

I
Nunca aprendí a ahogarme de ilusiones. Tengo claro que el sueño es un reposo del alma por encontrarse cansada, extrañada y ambiguamente descontemplada.
Que en mis sueños sigue habiendo empeño, por sanar el padecimiento de los vicios y dialelos: que se engrandecen a medida de yo sentirme compacto, ilíado.

Mis adicciones me han traído a lo que nunca había llevado; una vida superflua de gerundios reposados en las ilusiones del verso, que no son más que la emancipada realidad de mi vaga postergad. Ya hace mucho no envidio al tiempo, porque en su momento me abandonó el más mínimo desacierto. Me han dejado incierto, me he vuelto un interno de lo externo, que no es lo mismo de lo que llevo adentro pues contengo mi universo.

II
El pastoreo no transmite mensaje ni remite texto, bifurca del sendero para profanar el afortunado encierro. Y el rebaño, cuyo guardador es vivaz y renace en las calles de Lisboa, me ha enseñado el engaño de conceptualizar las ideas como las ovejas oriundas de la Naturaleza. De las cuales unas vulneran y las otras trasgredan, en todas formas son ellas enteras y guardan cautela bajo el centenar de las estrellas.

III
Aquella es la forma en que el poeta pastorea. Sin flujos ni retornos, tan solo cuidando la humanización de sus ovejas. En el sentido en que ellas son ideas, cultivarlas el poeta debe sino reposarán en su vana odisea. ¡Pastorea, poeta, que el rebaño se hace débil ante siluetas!

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