Arturo Herrera

1 de enero

Regresas a los lugares donde fuiste niño,
con la esperanza absurda de que el tiempo sea amable,
de que las calles te reciban como a un viejo amigo,
de que las piedras, las cercas y el olor a leña
te devuelvan ese fragmento perdido de quien eras.
 
Pero qué ingenuo, qué necio,
los lugares siguen ahí, inmutables,
las mismas piedras bajo los mismos cielos,
los árboles, erguidos y pacientes,
porque los árboles no mueren, esperan.
Ellos permanecen, testigos silenciosos de tu ausencia,
pero tú, ¿qué has hecho con el tiempo?
 
Tú cambiaste, te rompiste,
y ni siquiera te diste cuenta.
Buscas rostros familiares,
creyendo que las memorias compartidas
son inmunes al olvido.
Pero pasas invisible,
ni siquiera aquellos que llamaste sangre
te reconocen.
 
El pueblo sigue allí, intacto,
como un cuadro que nunca fue tuyo,
y tú, un forastero con el alma deshecha,
te preguntas si alguna vez perteneciste.
El pasado no te espera,
los árboles no lloran por ti,
y las piedras bajo tus pies
se ríen en silencio de tu nostalgia inútil.
Preferido o celebrado por...
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