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El fondo de la copa

El viejo don del llanto vuelve a cansados ojos
cuando los turbios días desandan los espejos,
y se despide el fuego de los árboles lentos
que desolan los límites del ocaso y del hombre.
 
El amargo deseo se dilata y encona
en el oro nostálgico de la edad numerosa,
pero los agresores del placer hecho nardo
no saben que destinan la piedra a su sepulcro.
 
Liviana gente de humo combate la demencia
del tierno sublevado. El cielo es un desierto,
y la estrella que gira fogosa junto al lecho
se gasta lentamente mientras su luz aumenta.
 
El vano anhelo fulge como tu cuerpo claro,
y aún defiende una rosa la mano de la muerta.
Sabes? Los ojos ávidos del piloto han querido
durar más que las aguas donde se goza el vértigo.
 
La luz deja los cielos y tarda en el abismo.
El azul se puebla y el fuego está en la tierra,
mientras desde lo bajo surgen los hondos gritos
y los astros se pierden en nuestra sangre sola.
 
Niegas las puras dádivas que labraste en los años,
se obstina en el beso tu puñado de polvo,
en tanto que la lucha florida y perdurable
del reversible Fausto, conmueve tu crepúsculo.
 
Ya invierten las estrellas el rumbo que seguías,
y tu barro enardeces cuando el alma ha crecido.
Prolongan vivas músicas los pasos que se apagan
y pides al invierno la insensatez dichosa.
 
De tu misión reniegas cuando los vientos tuercen
los jardines magníficos hacia la tarde rota.
Tu anhelo, trabajando sobre claras cenizas,
enciende absurdas lámparas bajo el abierto día.
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