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Serenata

Te quiero a lo Machado (como Manuel). No temas,
no buscará mi anhelo tu espectro desasido
por el pueblo nocturno donde arraiga el ladrido,
junto al rancho que esconde tus soñadas diademas.
 
Tiemblan perdidas luces. El cielo fue inclinado
por esta sombra amiga de mis noches de amante.
Vuelvo a tu senda y sufro la tiniebla; no obstante
he llegado. Aquí estoy. No estás pero he llegado.
 
Manuel solía quedar inmóvil sin voz,
sus ojos como absortos, sus noches como ruinas,
pero los dos murieron ricos de amor. Caminas
hacia mí? Reaparece la luna y baila un Dios.
 
Si mi boca es solícita pueden venir las aves;
con flores he inventando muchachas a mi pena.
Soy yo quien te conoce, soy yo quien te serena
de mi duelo; no temas, la música lo sabe.
 
Vuelan como pájaros mis reinos cuando canto;
mas si fuera en el día aún menos los verías:
los astros son las alas. No sé si volverías
si el plazo diese el año. Tal vez no te amo tanto.
 
Con sus largos silencios los ángeles predican;
la soledad desune los rostros decaídos,
juegan gozosas flores, el muro alza maullidos,
y siempre están los sueños que nunca se dedican.
 
Sal ya, vámonos juntos, líbrame del castigo
recóndito de amarte. Como arroyo que brilla
con la luna, en tus ojos yo quiero ver Mansilla.
De niño yo decía: “Abre las alas, ven conmigo”.
 
Vayamos como a un viaje que nunca emprenderemos,
con sombras navegadas que alegres contemplamos.
Las sombras corren vívidas… sólo nosotros… ¡vamos!
Adiós, ciudad incógnita. Ya nunca volveremos.
 
Ya nunca volveremos. Un pájaro te viste,
ya sol es la mañana, ya nada será cierto;
tus ojos tan cercanos, como la luna, han muerto.
No asomaste, no sabes que anoche estuvo triste.
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