¿Te acuerdas cuándo te dije que no deberías confiar en alguien como yo?
Ahora sabes porque lo decía, porque te lo advertía, porque siempre huía. Pues creo que lo he vuelto a hacer. Fallarte, me refiero. He vuelto a huir cuando he visto que todo se me quedaba grande. Te he abandonado por miedo a que me abandones. Cuando me preguntaste ¿por qué estás triste?, de mis ojos salían letreros diciendo “Me acostumbre al dolor y al dolor pertenezco”. He decidido irme antes de que me echaras. He pensado que, mejor que me odies a que me ames. El primer sentimiento estoy acostumbrada y el segundo no lo merezco.
No creas que ha sido todo una mentira. Qué va. Lo que ocurre es que cuando se es cobarde se tiende a abandonar todo, por lo que un día luchaste sin que te importe las consecuencias. Y yo soy muy de impulsos. Bueno, deberías saberlo ya. Yo soy de esas que te pido que no la dejes nunca mientras planea el día de su huida. Egoísta lo llaman.
Que no es que no te haya querido. Es que te quise mal, te quise a mi manera. Esa manera que corrompe y rompe todo lo que se toca. Esa manera de querer en la que de tanto miedo, acabas por odiar. No sé. Creo que te quise muy a mi forma. Muy bien. Y, ¿sabes que me desprecio, no? Pues, cuando una persona que se odia, quiere a otra, esta forma de querer es... diferente. Peculiar. Contradictoria. Es dañina para ambos. Porque no sabe querer. Cree que quiere, pero en realidad perjudica. Y es por eso que decidí irme. No me odies. No supe estar a la altura. No supe amar cuando lo único que reside en mí es odio. No hay espacio aquí para los sentimientos positivos. Ya ves. Y oye, tú siempre me has dicho que no te dijera, que te echaba de menos, que mentía. Que no me creías. Pero, ¿sabes? Te he echado de menos. Y te echaré de menos siempre. Perdóname.