Edmundo Kazall

Belleza en tu tristeza.

Ayer que te miré ceñida
a los secretos de tu pensamiento,
sobre ti misma vencida
la luz serena de tus ojos,
no me importó contemplarte
largo rato en silencio,
si hablaban por si solos,
tus dulces labios rojos.
 
Con tanta gracia,
se deshojaban tus pensamientos.
Y al instante
Fueron náufragos en tu rostro.
Y en el navío de tu ira intermitente,
Fueron ahogados
Por tu sentimiento en lo más hondo.
 
Pocas palabras
se mecían en tus labios melancólicos,
sin que yo les forzara a salir.
Y aunque los prefería callados,
Porque eran para mí, así, edénicos.
Decidí saber cuánta tristeza aprisionaban
y cuanta pasión guardaban para mí.
 
Y acompañe luego
tus incontrolables ganas de mirar
las estrellas de otros dueños.
Y al contemplar vacío,
el espacio en que se hallaba la tuya,
te invadió la nostalgia,
que sintió vergüenza luego,
cuando al crepúsculo,
saboreó tu renuncia.
 
De esto, hace apenas algunas horas.
Ves, como te saluda
esta mañana iluminada y bella.
Deja que mis manos
con propiedad te conduzcan,
para contemplar por siempre,
ese imponente sol, que es nuestra estrella.

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