En el archivo de las sienes
reuní las pruebas
y los testimonios irrefutables:
hice, de estados de ánimo, un jurado,
inicié el juicio,
coloqué mis hemisferios cerebrales
en los platillos de la balanza,
y dicté
contra quien se empequeñecía en el banquillo de los sospechosos
la sentencia a muerte.
Era el mundo.
El mundo de los nombres y pronombres.
El mapamundi del asco.
Los cinco continentes del apocalipsis.
La caja de Pandora
de la liberación de una energía
putrefacta.
Mi sentencia fue a muerte.
Y el mundo fue ejecutado
ayer en el crepúsculo.
Por eso, queridos lectores,
ustedes y yo,
hemos perdido tierra,
sentimos los bolsillos retacados de nubes,
y gravitamos en medio
de la atmósfera espectral
de la poesía.