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Poeisis

Si a un hombre le extraemos
la saliva, que es el caldo de cultivo
de palabras y silencios;
el semen preñado de futuro
que pretende enmendarle la plana
a lo inmutable;
la sangre que se esconde de la intemperie
para no coagular su pasión;
y el llanto que,
cuando uno quiere desahogarse,
deja echa un asco de ternura la cara,
lo transformamos en ángel,
entidad que no sabe de defectos,
criatura oriunda de alguna de las provincias
de la perfección.
Si, por contra, en una operación taumatúrgica
de alta tecnología,
a un ángel le injertamos el deseo,
la poesía de la excitación,
los primores de lo prohibido,
el hacerse agua la boca de la tentación,
si lo obligamos a defecar diariamente
su inconsistencia,
si no sabe, en fin, qué hacer con las lágrimas 68
que se agolpan al borde del descaro,
        lo reconvertimos en hombre,
en individuo obligado a cumplir su destino
con un itinerario de pasos en falso
sobre una tierra movediza.
Si, aprendices de brujo,
con nuestra vara de mago,
hacemos a escondidas
—en las catacumbas de la clandestinidad—
del portento inigualable
de convertir lo imperfecto en perfecto
y su pobre viceversa,
no hay escapatoria:
irrumpirá de pronto el Maestro,
le dará forma de látigo a su cólera
y, furioso, castigándonos,
despellejará de nuestras pobres manos para siempre
la destreza de hacer
los más simples y caseros
actos sobrenaturales.

(2012)

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