A mitad de la noche, desprendido
de una de las galaxias de mi techo,
baja hacia a mí, con su aguijón derecho,
el horadante y pérfido zumbido.
Me arropo en un temor. Sufro de ruido.
Intuyo su perfidia sobre el lecho.
Con mis manos de pólvora lo acecho;
pero renace en el tronar fallido.
Busca en mi sangre definir su esencia.
Yo querría esconderme, mas la almohada
es escudo mendaz, es impotencia.
Desolación que a la mañana duras:
¿he de sentir por siempre, furia alada,
bombardeando mi piel tus picaduras?