En un compás de aurora por encanto,
mas en clave de llanto, tu ave ignora
(victorioso esperanto en voz canora)
la Babel hacedora del quebranto.
De esa ave redentora, seña y santo
es tu pluma que tanto nos azora,
mordaza del espanto, incubadora
de la fauna y la flora de tu canto.
Tus notas se encaraman al oído.
Y ya lo presentido está a la mano
en las teclas que traman lo sentido.
Algo en cada canción levanta cielo.
Y el cantante aguerrido junto al piano
es un sauce llorón frente a un riachuelo.