Materia, estás en insondable desventaja
con la divinidad.
Nunca has enviado a un hijo tuyo a redimirnos.
Nunca has sido crucificada.
Nunca serás un laboratorio de milagros.
No hay una sola iglesia en el globo terráqueo
dedicada a glorificarte
ni a ensartar, flechadora del cielo,
las preces en los tímpanos escurridizos
de la primera causa.
No existen plegarias con pulmones de nunca acabar
para invocar tu nombre.
En ningún púlpito se leen versículos
de El origen de las especies.
No hay un solo canto gregoriano
que hable de los trilobites
o del ácido desoxirribonucleico.
En las pilas de agua bendita
nunca hay agua de mar. Nunca hay oleaje.
En los órganos, ahítos de Divina Providencia,
jamás se escucha la música de los astros
y el ruido y sus armónicos
del vendaval que derrota al follaje y al silencio.
No nos prometes otra vida,
tener, de corazón, un ave Fénix.
ni liberar al tiempo que se encuentra
en el punto final acurrucado.
Estás en insondable desventaja
con el Señor de los ápices y las galaxias
porque tu pesebre está perpetuamente crucificado.
Pero tienes ganada la partida,
pues, ¿qué puede el Rey de Reyes,
el ser que padece delirio de absoluto,
el ente que presume conocer la ecuación de lo
perfecto, 71
frente a ti que, siendo la clave para descifrar todo
enigma,
siendo el campo de batalla de las huestes de Heráclito,
te deslizas o corres, sudando eternidad,
sin dar nunca de bruces
en una dilución o un epitafio?