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Apuntes para la biografía de mi musa o mi humilde aportación al bicentenario

Fue un amor repentino
o, si se prefiere, a primer poema.
Al advertir en el renglón de sus labios
la insinuación de mi primer intento de tener
aventuras con la poesía,
sentí que había dado por fin con el ángel custodio
de mis decires.
No es una musa dispuesta a dar consejos
a cualquier individuo que siente el nudo en la garganta
de su afán de cantar.
Es una musa que ha hecho un pacto e sangre con su
                                                                             [poeta
y que, fusionando su boca con mi oído,
me dicta confidencias.
La infidelidad no está en su decálogo.
Sus intimidades me están reservadas
desde la efímera luna de miel
de nuestro amor a primera vista.
Es más mía –para decirlo pronto– que la palabra
con que lo digo.
Mi musa, de repente, me insinúa: 78
oye, fíjate en esa muchacha
que se baña desnuda en el riachuelo
y encomienda a la espuma del jabón
las postreras faenas del recato.
No dejes de mirarla. Busca un lápiz
con elocuencias de plomo
pero también que vaya acompañado
de un borrador que cargue siempre
la valentía de desdecirse.
También me indica: Espérate. No va por ahí.
Deja de tararear el canto de sirena
de tus propios prejuicios.
La retórica es un callejón sin salida y demasiada
                                                                         [entrada.
Los juegos artificiales, aun siendo de palabras,
sólo entusiasman a quienes viven
la fase cavernícola de la fantasía.
Todo lo comparte conmigo.
¿Ahora ese adjetivo? –se molesta.
¿Te gusta la redundancia,
colgar del cuello de un sustantivo
el rumor fracasado del silencio
o esa radiografía de la mediocridad
que es el lugar común?
Otras veces: has escrito en demasía 79
sobre eso. Te engolosinas
cuando tu pluma no halla obstáculos,
dudas que amarran el apremio,
o piedras enemigas de tu paso,
en una palabra,
cuando se siente como pez en el agua
de la tinta.
En ocasiones se me vuelve muy tierna,
me toma de la manga
y me lleva a descubrir metáforas
por todas partes:
a orillas del mar,
debajo de las piedras,
en el aullido callejero
de las doce de la noche
o en el ropero de la tercera edad
que se queja, rechinando,
de no sé qué dolencia.
Pero a veces monta en furia
y me dice con gritos destemplados y cabrones:
Pero ¿qué está haciendo, pinche Enrique?
¿Estás buscando los escondrijos de lo inefable,
el sublime manojo de vocablos
que en su conversación usan los ángeles,
como si el poeta fuese un catador
de perfecciones? 80
                           ¿Qué haces
cuando tu patria, deshilachada y doliente,
crucificada en sí misma,
clama por sus poetas;
cuando los medios,
secuestrados por la parte más negra de la noche,
arrojan por horas y más horas carretadas de basura
hacia la gente?
¿Dónde te encuentras tú
cuando el poder “celebra”
el doble centenario de la patria
—y manipula, y distrae, y echa tierra a los ojos,
y hace, en fin, de la intrépida y gloriosa
lucha de siglos,
un carnaval de momias y montajes de circo,
donde la cursilería
lleva la voz cantante
hasta acabar de ser la cruda laringitis
del micrófono?
¡A tu puesto, cabrón! Y me empuja
hacia la hoja en blanco.
Y aquí estoy, ante este mundo
donde todo es posible,
y en que se halla la página a la espera
de cambiar virginidad
por embarazo. 81
Ella me incita entonces:
ve tras la frase justa,
que tenga en la emoción
                                      la buena puntería
para dar con el hambre de belleza
que todo mundo carga a media frente,
sin sospecharlo a veces, cual el niño
que llora y no ha nacido todavía.
Haz que tu canto sea
como el árbol que al crecer
del suelo hasta sus pájaros,
está diciendo, tierra y libertad,
como el puño
insurrecto
de Emiliano.
Y mi musa me arenga:
la independencia y la revolución
sólo fueron pasos débiles
hacia la tierra prometida por el delirio
levantado en armas.
Ahora hay que continuar,
no hacerle concesiones a los pies
que, parados en seco,
generan raíces sedentarias y sin vida.
Escúchame, me dice,
la poesía no debe esconderse bajo el lecho,
ni enclaustrarse en la mazmorra de una sola mirada,82
o en la edición lujosa de su propia cobardía.
Exaltada me grita: es el momento
de que los poetas ganen la calle,
se metan en los ojos de la gente,
sacudan toda mano apoltronada
en su propia indolencia;
la hora de llevar al cadalso
la indiferencia narcisista
que los ata
de manos y de pies a su soberbia,
el instante de que marchen
                                  –codo con codo con la pólvora–
cada uno enarbolando
el estandarte de su musa.
El momento de luchar por lo “nuestro”,
                                    la palabra programa,
la palabra que, con decirla sólo,
y tomárnosla en serio,
nos convierte en hermanos.

(2012)

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