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El agua verde

"Los autores de canciones dicen que el placer vuelve buena al alma y ablanda al corazón" C. Baudelaire

Todo nuestro regocijo puede ser suficiente para desatar el alborozo de gritos y risas que no acaba, mientras nuestras manos chapotean sin ahogarse. Y la complicidad con las pelotas y las alforjas hacen de estas tardes un goce que sé recordar. Aún hoy puedo estar por horas sintiendo la humedad del agua verde, plena de vida, que nos llenaba de libertad. En ella éramos todos uno, sin distinción. Y lo que no valía en tierra, aquí era himno, cántico de intensidad suficiente para conjurar cualquier disensión.

Ser amigos es una verdad incontrovertible cuando disfrutas de estos ratos juntos. Y los empujones y chapuzones solo saben hacer aún más fuerte el vínculo, más grueso el nudo, más inolvidable el ir y venir de sin sentidos con alaridos. Podíamos arrasar aldeas, escalar laderas, romper troncos o montar todos los caballos salvajes que llegues a imaginar.  Podíamos ser dioses y faunos, bestias y mitos sin identificar. ¡Cuántas risas y buenos ratos pudimos disfrutar juntos! Ya no recuerdo vuestros nombres. Ni hace falta. Ni lo voy a intentar.

La mejor de las tardes, la de Ofelia. Encontrarla en el agua, tan lívida y bella como una copa de claro cristal, rota en mil pedazos que aún no se han llegado a separar. Frágil y débil, más sólida e intensa en su trágico gesto de ¡Ya no puedo más! Con el color de la muerte inscrito en cada poro, exhalando toda ella dulzura y aroma a bondad. ¿Qué traición te llevó a tomar esta decisión? ¿Por qué en nuestras aguas verdes para jugar? Cierto es que están rodeadas de altos lirios y blancas margaritas, que los arbustos proliferan en el lugar. Pero justo por eso, por hermoso, no tenía que ser el sitio para un definitivo descansar.

Ofelia, triste Ofelia. Con tus flores de colores, tu tez nacarada, tu largo y untuoso vestido blanco y tus perlas excrecencias de lo sobrenatural, has llenado nuestras tardes de juegos de algo más. La belleza de lo perdido e inalcanzable, lo que nunca podrá respirar. Ese día te convertiste en mi tipo de mujer. Cabellos rizados, broncíneos,  caídos desde un atardecer, violetas moradas que tiñen toda tu piel, talle infinito que se quiebra con las ondulaciones del agua simulando el latido perdido. Labios entreabiertos, llenos del ungüento que los luceros usan para brillar. Eres el modelo de ángel por quién yo haría cualquier cosa, con tal de verle acercarse, alejarse, mientras sigilosa decides si sonreír, o gimotear. Te has ido Ofelia, no vuelves ya. Maga de mis besos, dentro de mi te has logrado eternizar.

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