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La pampa entre nos

“Se nos está viniendo la llanura encima”,
grita un recalcitrante ser súper urbano.
Alimañas, bichos, son tan raros en ciudad.
Uno nunca se imaginó ver esos pajarracos
sobre las antenas de conectividad oval.
 
La agitación del ambiente nos violenta.
Qué le pasó al clima soso y placentero
aquel acompañante de nuestra niñez.
Abandonó su usual placidez maleable
y ahora enerva la sangre tolerarlo.
 
El viento no silba atenuado como antes,
la lluvia diluvial inunda medio país.
El paisano lucha contra el loco entorno.
Pide la seca, la prefiere al agua al cuello.
“Que llueva, que salga el sol”; es vacilante.
 
Los pastizales quemados, el suelo crispado
y el arroyo tan seco como lengua de loro.
Las temperaturas someten impiadosas.
El clima está atolondrado y oscila
en la severa discontinuidad de los llanos.
 
El solazo calcina el tinglado y el frutal,
el aguacero pudre flores y cultivos.
La meteorología falla y nos intranquiliza.
Nunca más la previsibilidad climática;
personas, bestias, sufren iguales rigores.
 
“La lluvia para el campo”, dice el porteño,
“la tierra necesita agua; en la urbe para qué”.
Hay olor a rancio, la pampa vino para aquí;
se mudó impelida por el tiempo cambiante.
Clima templado eterno demanda la ciudad.
 
“Qué tiempo loco”, grita un campechano.
La ciencia lo endilga al cambio climático,
ser determinante en iniciar el caos global.
Aun en la ciudad estamos a la buena de Dios
tal como el paisano en pleno descampado.
 
Él sí que está solo ante las fuerzas naturales.
A los citadinos ahora nos acribilla el duro granizo,
que antes ni caía cerca de la gran metrópolis.
Estamos prácticamente empatados con el campo,
aun cuando gozamos de sólida protección edilicia.
 
Se vino el campo y esta vez es para quedarse,
y ante el bicherío reaccionamos con asco y estupor.
Tanto halagar a nuestro proveedor alimentario,
ahora no soportamos ni la más pequeña musaraña.
Campo y ciudad asociados por un clima excéntrico.

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